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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Me ha dicho que la acusación contra mi padre es absolutamente falsa; que, al contrario, fue el más bondadoso y mejor amigo de ese hombre, y que, en reconocimiento de esto, el italiano le regaló la pequeña bolsita de gamuza con las cartas cifradas.
Al encontrarse con Isidro extremaba su sonrisa, como si adivinase en él un ingenio gracioso, a pesar de que no podían entenderse bien, pues en sus pláticas no iban más allá de unas cuantas palabras de italiano mezcladas con otras tantas de español.
En el bolsillo de una pequeña cartera de apuntes, que formaba parte de lo que había en la maleta, descubrí varias cartas, todas las cuales examiné y vi que no eran de importancia, salvo una, sucia y mal escrita en incorrecto italiano, que contenía algunas frases que despertaron mi curiosidad.
Para decir verdad, ella hereda toda la fortuna con la condición de que acepte a este individuo como su secretario y consejero confidencial. ¡Blair debía estar loco! exclamé. ¿Conoce Mabel a este misterioso italiano? No ha oído nunca nada sobre él.
Vivió en Turín, en Roma, en Nápoles, Dios sabe cómo; y ello fue que a España volvió de corista en una compañía de ópera, hablando italiano, con mucho mundo, y persuadido de que su vocación era la música y su fuerte la seducción de mujeres fáciles, y el tentar a todas, fáciles o difíciles.
No hizo ni un comentario, cuando ni siquiera proclamó la designación que había hecho el muerto, nombrando al italiano desconocido para administrador de la fortuna de su hija. Pero ¿quién es ese hombre, me hace el favor de decir? preguntó la señora Percival, con su voz tranquila y educada. Jamás oí al señor Blair hablar de esa persona.
Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces tenía soberana envidia al Presidente del Casino. Ningún vetustense le parecía superior al hijo de su madre ni por el valor, ni por la elegancia ni por la fortuna con las damas, ni por el prestigio político, si se exceptuaba a don Álvaro.
Habla un poco de francés y de italiano siempre que había de hablar español, y español no lo habla sino lo maltrata: a eso dice que la lengua española es la suya, y que puede hacer con ella lo que más le viniese en voluntad. Por supuesto que no cree en Dios, porque quiere pasar por hombre de luces, pero en cambio cree en chalanes y en mozas, en amigos y en rufianes. Se me olvidaba.
¡Si yo sé que no lo puede sufrir! dijo el italiano . Me consta... Pero como es el jefe de los trabajos y ayuda en ciertas ocasiones á Robledo y á su marido, no se atreve á decir lo que piensa de él. Luego su alegría se nubló, según le fué contando el oficinista el encuentro con Manos Duras y la confianza del gaucho al hablar á la señora marquesa. Esto último fué lo que indignó más al contratista.
Pero comprendí que nos había seguido y que al vernos entrar en el monasterio, se había puesto a esperar mi vuelta con toda paciencia. ¿Ha descubierto el señor lo que deseaba? me preguntó el viejo italiano, prontamente. Algo, no todo fue mi réplica. ¿Ha visto a ese monje con quien he estado? Sí.
Palabra del Dia
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