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No sabiendo cómo corresponder á tantas lisonjas, Ceferino Palencia dióse á encomiar exaltadamente la labor de las artistas italianas: en teatro, como en pintura, como en ciencias, Italia sería siempre la más gloriosa de las naciones latinas.

Calles espaciosas, cómodas, muy bellas algunas, como Broadway o la Tercera Avenida, parques suntuosos, iglesias monumentales, de todos los estilos conocidos, pero nuevecitas, en hoja, acabadas de salir de la caja, edificios soberbios, regulares, todos los progresos de la edilidad moderna, teatros pequeños pero elegantes, ferrocarriles y tranvías en todas direcciones... pero jamás aquellas encrucijadas de París, de Viena y de las ciudades italianas, en las que un viejo balcón saliente detiene la mirada, o un mármol ennegrecido por el tiempo serena el espíritu con la armonía de sus líneas.

Sus personajes hablan en redondillas, octavas, tercetos, yambos sueltos, canciones italianas, quintillas y versos octosílabos, aunque de los últimos usa principalmente en las narraciones y en las piezas, cuyo argumento se asemeja más á los antiguos romances populares.

La nueva Marsella, vasta, regular y magnífica, se extiende hácia el sur, hasta tocar con las encantadoras alamedas del Prado, orilladas por preciosas quíntas-palacios á estilo de las villas italianas, donde el mármol y las flores revelan todas las gracias del arte; y luego, hácia el oriente, hasta trepar sobre las colinas escalonadas y terminar al pié de la que sirve de asiento al bellísimo jardin botánico-zoológico de aclimatacion, que es uno de los tesoros de Marsella.

No son pocas las obras maestras que hay en la coleccion, particularmente de las escuelas italianas, holandesa, flamenca y alemana. No nos fué posible visitar el museo Bethman, de escultura, que pasa por ser generalmente mediocre, si bien contiene un objeto excepcional de gran fama: la estatua de Ariana, obra de mármol primorosa por la composicion y ejecucion.

Entonces escribió un poema en ciento catorce octavillas italianas, titulado «Dios»; pero tampoco se publicó, porque el director opinó que «Dios» no era asunto de actualidad. Forondo carecía del sentido de la ponderación. Lo quiso ser todo y al fin no fué nada; esto es: finó siendo traductor. Elaboraba a brazo sus traducciones. «El pobre pequeño niño sacó su muestrecita.

A principios del año 1870 el Papa Pío IX recibió, por medio de las maravillosas vías diplomáticas que posee nuestra Santa Iglesia, informes secretos anunciándole que las tropas italianas tenían la intención de bombardear y entrar a Roma, como también saquear el palacio del Vaticano. Su Santidad confió sus temores al gran cardenal Sannini, su favorito, que era entonces el tesorero general.

Los oficiales ingleses, con todas las condecoraciones que adornan sus pechos y su tez curtida por el sol de exóticas campañas, no existen; unas condesas italianas, que han de bajar en Turín y ostentan coronas en los forros de sus maletas, quedan como aplastadas en su compartimiento; yo doy gracias humildemente al igualitario progreso de los tiempos actuales, que me permite dormir separado por un tabique de madera de la persona que descansa en la pieza inmediata.

Lope Félix de Vega Carpio, y elogios panegíricos á la inmortalidad de su nombre, en Madrid, en 1636. Hasta las musas italianas lloraron la muerte de Lope; en el año 1636 apareció en Venecia, con el epígrafe de Essequie poetiche, un volumen elegiaco de los más famosos poetas italianos.

Las españolas, consideradas mejores que las flamencas é italianas, eran hechas de madera á torno, que se breaba exteriormente: llevábanse para ellas hierros de respeto, cuero curtido, tachuelas, morterete y zunchos, siendo cargo del calafate componer los desperfectos.