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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Todo lo que alcanzaba la vista estaba bajo techo, sin otra concesión á las expansiones del suelo que los aislados mechones verdes de los jardines irguiéndose entra masas de tejas rojas.

Miró en torno, como si esperase que se abrieran las tumbas, irguiéndose airados los cadáveres por tal profanación. Maltrana sonreía. ¡Tonta! ¿a qué tal miedo? Aquel sitio era lo mismo que otro; mejor aún, por su poesía silenciosa de jardín abandonado, propicio al amor. Ellos no hacían mas que repetir el eterno himno de la vida.

Isagani así sorprendido, respondió por una violenta parada como un aprendiz que se defiende: ¡Que ustedes cumplan con su deber! dijo. Fr. Fernandez se enderezó: la respuesta le sonó á cañonazo. ¡Que cumplamos con nuestro deber! repitió irguiéndose; pues ¿no cumplimos con nuestro deber? ¿qué deberes nos asignan ustedes?

Señor de Castro repuso el coronel, irguiéndose como un gallo , tengamos la fiesta en paz. Usted sabe mis ideas: he derramado mi sangre por la legitimidad, y el respeto que le tengo á usted no debe servir para... Novoa, queriendo tranquilizar á don Marcos, intervino en la conversación. Este Monte-Carlo es una playa á la que llegan toda clase de despojos, vivos y muertos.

Al llegar a este punto dio una gran voz el párroco y se levantó de la silla, irguiéndose su figura recia, avellanada, sobre todas las demás, fulminando rayos por los ojos. ¡Alto ahí, señor mío! Yo no puedo consentir que en mi propia casa, en la casa de un sacerdote y en presencia de otros sacerdotes, profiera usted semejantes blasfemias.

Pero, ¿cómo se lo decía a la irritable Xuantipa, sin suscitar una escena ominosa, y en presencia del señor Colignon? Dos o tres pares dijo, al fin, Belarmino. ¿No sabes si son dos o tres? preguntó Xuantipa, irguiéndose rápida y enderezando las sierpes de sus ojos hacia el anonadado Belarmino. Lo tengo apuntado. ¿En dónde? A ver, a ver... exigió Xuantipa, alargando el brazo amenazador.

¿Es para algún asunto de conciencia, hija mía? preguntole el prelado dulcemente, dándole al mismo tiempo su anillo a besar. , señor respondió la joven con voz alterada por la emoción. Es para un asunto de la conciencia de Su Ilustrísima. ¿De mi conciencia? exclamó el obispo, irguiéndose lentamente y dejando caer sobre ella una mirada de sorpresa y curiosidad.

Irguiéndose de repente, entona la vieja y melancólica canción del molinero, la canción de la casa dorada que se alza «en lo alto de la montaña». Juan se estremece, y su voz tiembla. Acaban la primera estrofa y comienzan la segunda: Abajo, en aquel valle, El agua hace girar una rueda Que no muele más que el amor, Toda la noche y todo el día. La rueda del molino se ha roto...

Palabra del Dia

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