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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Recuerdo que un dia cierto baron ó conde muy estimable, me invitaba á dejarme presentar en Palacio para conocer la Corte de cerca y besar la mano á la reina. Le contesté riendo: «Señor mio, no tengo inconveniente en besarle la mano á una dama; por galantería; pero cuando la dama fuese reina, me sentiría humillado en mi altivez de republicano.
Estaba solo, debía sentirse triste, y le invitaba á comer, sin ceremonia, como parientes que eran. Sus excusas provocaron nuevas invitaciones por teléfono. El príncipe, como el que cumple un aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á su palacete de la Avenida del Bosque, una de las numerosas imitaciones del Pequeño Trianón que existen en el mundo.
Se acuerda mucho de aquella tarde en el hotel de Roma al recibir tu carta, y me creería una mujer sin dignidad al verme contigo. Le invitaba a bajar con un gesto imperioso. Cuando partió el carruaje, los dos quedaron un momento en la acera, contemplándose por última vez. Adiós, Rafael. Cuídate, no envejezcas tan aprisa.
Llegaba casi siempre al mediodía para retirarse después del toque de oraciones. Eso cuando él mismo no se invitaba a cenar, y echaba de sobremesa un partida de triunfo con el anciano. La intimidad acordábale fueros especiales, movíase como en su propia casa, se chanceaba con los religiosos, sabíale el nombre a todos los criados. Su situación era, sin duda, la más prominente.
Así que llegaba un forastero a Lancia, D. Cristóbal no sosegaba hasta trabar conocimiento con él, y acto continuo le invitaba a tomar café en su casa y le llevaba al teatro a su palco y a merendar al campo y le acompañaba a ver las reliquias de la catedral y la torre y el gabinete de historia natural; todas las curiosidades, en fin, que encerraba la población.
Creía firmemente que éstos debían de sentirse dichosos de vivir en una parroquia que contaba con un hombre tan cordial como el squire Cass que los invitaba a su casa y los quería bien. Aun en aquella primera fase de su humor jovial era natural que deseara suplir las imperfecciones de su hijo mirando y hablando por él.
Su felicidad había volado para siempre: Velázquez estaba enamorado de aquella mujer. Iba á salir de aquel maldito portal donde le faltaba la respiración, donde temía estallar en sollozos, cuando entre el oleaje de la conversación creyó percibir su nombre. Aplicó mas el oído: en efecto, se hablaba de ella. Velázquez invitaba á bailar á Pepa.
Ayudaba a componer el menú de la cena; elegía los vinos; indicaba los mejores cantantes y cantatrices, a quienes se invitaba también al gabinete. Luego se sentaba en un extremo de la mesa, con su botella de champaña, que los criados le llevaban cada vez que cambiaba de sitio. Cuando le dirigían la palabra se sonreía, y diríase que hablaba mucho, aunque guardaba, en realidad, casi siempre silencio.
Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de Can Mallorquí!...¿Le habría ocurrido algo al señor?...» Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. «¡Avant qui siga!» Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.
Vino a sacarle de su meditación el capitán, que le invitaba a tomar una copita de ginebra en la cámara: Miguel le manifestó que deseaba saltar a tierra y buscar posada. Pierda V. cuidado, ahora va a llegar Úrsula. ¿Quién es Úrsula? La batelera: ella le llevará a tierra y se la buscará.
Palabra del Dia
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