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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Empiezan invariablemente sus sermones morales de un modo que inspira entusiasmo. «Ustedes los periodistas, que son medio locos...» «Usted, que no hará nada en América porque es hombre de pluma...» Y todos ellos convienen en que para hacer camino hay que haberse educado detrás de un mostrador, iniciándose en el sublime arte de vender por cincuenta lo que vale diez, gastando sólo dos de los cuarenta de ganancia.
Entonces Ester se veía obligada á arrojarse sobre la niña, á perseguirla en la carrera que invariablemente emprendía el pequeño duende, y á estrecharla contra el seno cubriéndola de besos y caricias, no tanto por un efecto de excesivo amor, sino para cerciorarse de que era la misma Perla en carne y hueso, y no una forma completamente ilusoria.
Tambien se advierten, entre los sonidos peculiares á la lengua, la u débilmente nasal, la x, la a muda, la ch y algunas terminaciones en an y ain, las únicas que se notan al fin de un número limitado de voces, pues todas acaban invariablemente en vocal.
No todos los días conseguía Ulises el placer de esta conversación que se desarrollaba invariablemente desde la vía Partenope al monumento de Virgilio. Las más de las mañanas aguardaba en vano frente á los puestos de los ostricarios, escuchando á los músicos que saludaban con sus romanzas y sus mandolinas las ventanas cerradas de los hoteles. Freya no aparecía.
Le era tan necesario el haberse formado una opinión sobre todos los asuntos no concernientes exclusivamente al hombre, como el asignar un lugar bien determinado a cada objeto que le era propio. Y esas opiniones eran siempre principios de acuerdo con los cuales procedía invariablemente.
Los periódicos siempre le nombraban así: «Nuestro prelado, el sabio naturalista, de fama universal, que ha descubierto tantos insectos.» Y el diario republicano ponía invariablemente esta glosa: «Si nuestro prelado, en lugar de descubrir tantos insectos, hubiera descubierto un buen insecticida, se lo agradecería más la Humanidad y la Ciencia y ostentaría una fama mejor conquistada.» Era un cacique, tenía el cráneo como una bola, faz sombría y concupiscencias políticas.
Le acompañó hasta su buque el recuerdo de este hombre como una obsesión, sin lograr que su memoria diese una respuesta á sus preguntas. Luego, al verse en la cámara de popa con Tòni y el tercer oficial, volvió á olvidarlo. En los días sucesivos, al bajar á tierra, su memoria experimentaba invariablemente el mismo fenómeno.
Julio había escapado al saber que esta beldad, de esbeltez juvenil vista por el dorso, tenía dos nietos. «Máster Desnoyers ha salido», decía invariablemente Argensola al recibirla. Y la abuela lloraba, prorrumpiendo en amenazas. Quería suicidarse allí mismo, para que su cadáver espantase á las otras mujeres que venían á quitarle lo que consideraba suyo.
¡San Miguel, San Bernabé! exclamó dejando caer su tabaquera con un ruido tan seco, que el gato extendido en una poltrona saltó a tierra con un desesperado maullido. Mi tía que dormía, se despertó sobresaltada y gritó: ¡Ah, bestia! Dirigiéndose a mi, y no al gato y sin saber de qué se trataba. Pero este epíteto componía invariablemente el exordio y la peroración de todos sus discursos.
La gran tabaquera de plata estaba en servicio positivo, y, de tiempo en tiempo, era ofrecida invariablemente a todos sus vecinos, cualquiera que fuese el número de veces que ya hubiesen rechazado aquel favor.
Palabra del Dia
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