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Teníamos el viento de proa; la lluvia nos privaba con frecuencia de subir al puente y la niebla invadía hasta nuestros camarotes. El mareo no perdonó más que al niño y a la enferma; y es que hay estados de gracia para los que entran en la vida y para los que se disponen a abandonarla.

Creyó así notar que el suelo oscilante se volvía negro y se agitaba vertiginosamente. Otra vez subió a su memoria el recuerdo de la corrección, y en su pensamiento se fijó como una suprema angustia, la posibilidad de que eso negro que invadía el suelo...

Me estremecí y en seguida sentí que una gran laxitud me invadía. Me pareció que iba a caerme delante de la cama y a llorar, a llorar hasta rendir el alma. En ese momento se oyeron en la habitación contigua los gritos del pequeñuelo que se había despertado y reclamaba a su nodriza. Respiré largamente y reflexioné acerca de misma y de los deberes que me incumbían. ¿Oyes, Marta? grité.

Muchas veces, al volver Isidro a su casa, la sorprendía de bruces en la cama, llorando silenciosamente. Pero ¿qué tienes? gritaba con tono colérico . ¿Qué te pasa?... Nada: lloraba sin saber el motivo. La maternidad trastornaba su débil organismo. La invadía una intensa tristeza, atormentando su imaginación.

Pasé, sin embargo, golpeando con mis pies el suelo cavernoso y ocultando el pavor que me invadía; pero detrás de un gigante inmenso, formado de vapor, surgió inmediatamente: se inclinó para cogerme y el murmullo del abismo resonó en mi oído durante largo rato como risa de odio ó de triunfo.

De esta suerte cantaba, sin mirar a nadie, morena, hermosa, como enajenada; parecía que lo que cantaba no fuese una canción, sino la realidad, y en todos producía una impresión de realidad. La tristeza invadía las almas, los corazones se llenaban de la nostalgia de algo desconocido y bello, la memoria evocaba algo que quizá no había existido nunca.

Contestó que, sintiéndose fatigada, iba a meterse en cama. En efecto, una gran pesadez la invadía; habría querido dormir, no pensar más; pero su sobreexcitación demasiado grande ahuyentaba el sueño bienhechor. Sus ojos, al cerrarse en las tinieblas, aprisionaban la imagen de Juan entre sus párpados.

Velázquez, que advirtió la maniobra, sintió que un flujo de sangre le invadía la cabeza y le cegaba. Llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja; quiso levantarse, pero no tuvo fuerzas para hacerlo, como si una mano de hierro le hubiese clavado á la silla. Bañó su frente un sudor frío y, en vez de partir el corazón de su rival, sintió ganas atroces de llorar. Los sollozos le ahogaban.

Se irguió en su cama y dijo con voz clara y distinta: ¡Verdaderamente, tengo que levantarme; esto es ya demasiado! En el primer momento sentí que me invadía una gran alegría, pues me parecía que había recobrado su conocimiento. ¡Marta! Me levanté de un salto y le tomé la mano. Pero yo había preparado todo, las camisas, las medias y los zapatos; un ciego dormido los habría encontrado.

No es posible negar que la inundación, siempre mayor, de obras dramáticas, que invadía al teatro español, arrastraba consigo muchas composiciones medianas; pero también se puede afirmar, que, hasta los dramas peores de esta época, no fueron nunca tan defectuosos como el conjunto de las obras dramáticas de casi todas las demás naciones.