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Actualizado: 6 de junio de 2025


Mi linda Rosa nos dejó, muy enojada; y mi hermano, encendiendo un cigarrillo, volvió a mirarme con la mayor curiosidad y fijeza. La persona representada en ese grabado... comenzó a decir. ¿Y qué? le interrumpí. Lo que prueba es que el rey de Ruritania y tu modesto hermano se parecen como dos gotas de agua. Roberto movió la cabeza negativamente. ; lo supongo dijo.

Pero ese muchacho, interrumpí, va a acabar por volverse loco, llevando semejante vida, parecida a la que hacía Amadís; es preciso sacarlo de ella. Indudablemente, contestó el cura, eso mismo he pensado yo y he puesto los medios para que termine.

, por la asignación de Amparo, la interrumpí. Eso es. Abrí mi cartera y la di un billete de quinientos reales. No puedo devolver a usted lo que sobra, me dijo. Lo mismo es, la contesté. ¡Ah! ¡es usted muy generoso! Gracias en su nombre; que usted lo pase bien. Y se iba. Espere usted, la dije: tenemos que hablar.

Tienes talento, eres coqueta y desgraciadamente para mi, tienes una cara demasiado bonita y... ¡Al fin y al cabo! interrumpí, satisfecha, así es como me gustan los sermones. No me interrumpas, Reina, te hablo seriamente. Vamos a ver, tío, razonemos: la primera vez que me visteis, me dijisteis: eres terriblemente linda. Y ¿qué hay con eso, sobrina? ¿Qué hay?

Los amos de las barcas se calientan el caletre buscando un nombre bonito para pintarlo en la popa. Una la Purísima Concepción, otra Rosa del Mar, aquélla Los Dos Amigos; pero llega la gente con su manía de sacar motes, y se llaman La Pava, El Lorito, La Medio Rollo, y gracias que no las distingan con nombres menos decentes. Sólo con este apodo la conocen. Bien le interrumpí, pero ¿y El Socarrao?

Es un joven bien parecido y tengo las mejores informaciones respecto a su moralidad y su carácter, fortuna inmensa, familia honorable y muy antigua. ¡Ah, , abuelos! como dice Blanca interrumpí con desdén. Tengo horror a los abuelos, tío. ¿Por qué? Gente que no pensaba más que en pelear y romperse la cabeza. ¡Qué idiotez!

Y dice también... prosiguió la santa señora, en un arranque de indiscreta sencillez, dice... que.... Comprendí la inconveniencia de mi tía, y la interrumpí. Tía, ¿qué tal, está bueno el soconusco? Pero ella no me oyó, o no quiso oírme. Dice que si ya.... ¡Tía! exclamé sin poderme contener. ¡Eso no debe decirse! ¡Adiós! ¿Y por qué no? Porque no. Angelina, turbada, nos veía con penosa curiosidad.

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