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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Una joven de quince años, catorce oficialmente, se adelantó, y colocada cerca de la mesa recitó con desparpajo una filípica un tanto moderada por los eufemismos de la retórica jesuítica, contra los materialistas modernos, que negaban la inmortalidad del alma.

Mientras la inmortalidad sea una cosa tan parecida a la vida corriente, y mientras en ella deba uno preocuparse también del almidonado de la tirilla, no creo que valga la pena ser inmortal. Parece que hay escritores a quienes el público anima dirigiéndoles, con más o menos frecuencia, cartas de aprobación.

Con esta cuestión de la inmortalidad, era con la que abría don Pompeyo brecha en el alcázar de la fe de los socios, pero siempre concluían por cerrar aquella brecha con las salvedades de rúbrica. «Por supuesto. Dios sobre todo.... Doctores tiene la Iglesia...». Y en último caso, don Pompeyo ya les iba aburriendo con sus teologías. Le dejaban solo. Los tresillistas se quejaron a la junta.

Eduardo, ¿qué han hecho de ? todas mis ilusiones han quedado destruidas... Mi corazón ha sido cruelmente herido... No necesito ya más, Eduardo, que una fosa en la que pueda dormir eternamente; porque es el sueño de la nada el que yo imploro. ¡Quiera el cielo ahorrarme el cruel beneficio de una inmortalidad que eternizaría mi dolor y mi humillación!...

Pensamientos de gloria, vagos deseos de inmortalidad agitaron la mente del ilustre fundador de El Faro de Sarrió al tiempo de meterse en la cama. Después de apagar la luz, aun continuaron turbándole, hasta que a fuerza de dar vueltas lograron cuajarse o adquirir forma.

« das la vida y la fuerza. Los otros dioses anhelan que los bendigas. La inmortalidad y la muerte son tu sombra. ¿Eres el Dios a quien debemos ofrecer holocausto?». «Las montañas cubiertas de nieve y las agitadas olas del mar anuncian tu poderío. Tus brazos abarcan la extensión de los cielos. ¿Eres el Dios a quien debemos ofrecer holocausto?». « iluminas el éter.

Estéban Lesperut, así se llama, toca ese grado de lucidez interior, en que el hombre toma la costumbre de amar el pensamiento de la muerte, como si se tratara del último misterio que su destino le ordena descifrar; en que el hombre se ofrece á nuestra fantasía de un modo semejante á la idea de silencio, de espíritu, de historia, de inmortalidad casi, en que el hombre es el canto del tiempo, colocado entre el mundo y Dios, como una estátua está colocada entre el genio de un artífice y los ojos del que la mira.

Tambien simboliza el llanto de Pólux por la muerte de su hermano la degeneracion del arte cristiano en ciertas épocas, el cual por ceder á una ciega y fanática admiracion hácia las creaciones del arte materialista, abjura de su inmortalidad, es decir, de sus altas y genuinas aspiraciones, y consiente que usurpe su puesto un arte alucinador é impotente, cuyos medios no corresponden al objeto final del arte en la sociedad cristiana.

Si ha existido espíritu en los Nuezvanas, la historia lo dice. ... pero Inesita no se va a casar con la historia, con un Nuezvana pasado, sino con uno viviente, que acaso no llegue a entrar en la inmortalidad, como sus antepasados.

Se le ocurrían cosas tan extravagantes como aprovechar los pocos momentos de distracción de las madres para secretearse con su amada y decirle que no creyera en aquello de la Pentecostés, figuración alegórica nada más, porque no hubo ni podía haber tales lenguas de fuego ni Cristo que lo fundó; añadiendo, si podía, que la vida contemplativa es la más estéril que se puede imaginar, aun como preparación para la inmortalidad, porque las luchas del mundo y los deberes sociales bien cumplidos son lo que más purifica y ennoblece las almas.

Palabra del Dia

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