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Después me hizo explicarle lo que pasaba en la escena: halló el matrimonio del tenor y la tiple muy proporcionado, pero compadecía de veras al barítono, a quien birlaban la novia; quedó sumamente disgustada cuando al fin del acto el tenor se ve en la precisión de acompañar a la reina y dejar abandonada a su futura, y declaró resueltamente que esta era una conducta indigna.

Cafés y restoranes cerraban sus puertas poco después de ponerse el sol, para evitar las tertulias del gentío ocioso, que comenta, critica y se indigna.

Me vi mal para responderla en el tono que pedía la situación; porque la referencia a lo de ir yo tan compuesto, me ruborizó un poquillo como si me hubiera descubierto una flaqueza indigna de un hombre corrido por el mundo. Esto del ropaje lo expliqué con la razón del luto que estaba obligado a llevar y no me permitía salir de casa con los holgados y alegres vestidos de costumbre.

¡Figuraos una joven ya casadera que no sabe todavía rezar! ¡Jesus, que escándalo! Pues no dice la indigna el Dios te salve María sin pararse en es contigo, y el santa María sin hacer pausa en pecadores, ¿como toda buena cristiana que teme á Dios debe hacer? ¡Susmariosep! ¡No sabe el oremus gratiam y dice mentíbus por méntibus!

¿Cómo? preguntará el lector. ¿Don Rosendo Belinchón, un negociante de tanto fuste, comerciaba también en palillos de dientes? No, don Rosendo no comerciaba con ellos, los fabricaba. Y esto no con el fin de especular, cosa indigna de su categoría, sino por pura y desinteresada inclinación de su espíritu. Desde muy joven se le había manifestado.

Usted habrá visto arrastrando una existencia de miseria artistas de hermosa voz, que sin embargo cantan en los cafés como mendigos. La gente se indigna contra esta injusticia de la suerte. Hay que ayudarlos, hay que llevarles a la ópera. Y cuando van a ella, el fracaso más desolador acompaña su intento. Saben cantar bien una romanza, pero no pueden con una ópera entera.

El conde arrojó el cigarro sin acabar con una cólera mezclada de despecho. El amor propio, más vivaz que el amor, hacíale sentir su aguijón. ¿Se habría burlado de él? ¿Se le habría impuesto por una falsa dignidad y un pudor afectado, hasta el punto de obligarle a ofrecerle su nombre, siendo acaso indigna de él, y conservando la careta hasta el fin para robarle su estima y su respeto?

Cuando el dolor enerva, cuando el dolor es la irresistible pendiente que conduce al marasmo o el consejero pérfido que mueve a la abdicación de la voluntad, la filosofía que le lleva en sus entrañas es cosa indigna de almas jóvenes.

¡Entonces, es usted libre, Mabel, libre para casarse conmigo! grité, casi fuera de de alegría. Ella bajó la cabeza y contestó, en una voz apenas perceptible: No, Gilberto, no lo merezco; soy indigna de eso. Lo he engañado.

Inútil es hacer sobre estas líneas apreciaciones que están en la conciencia de todos los espíritus generosos. Si indigna hasta la barbarie y ajena del carácter compasivo de los peruanos fué la conducta del sitiador, no menos vituperable encontrará el juicio de la historia la conducta del gobernador de la plaza.