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Cuando se visitan las ciudades de segundo y tercer órden, se ve cuan atrasada está aun la Francia: la instruccion pública, seguro barómetro de un pueblo, léjos de ser general como en Suiza y Alemania, se encuentra rezagada y en un lamentable estado, siendo general en todos los pueblos, aun los mas próximos á las ciudades, encontrar una tercera parte del pueblo que no sabe leer ni escribir, siendo las mujeres las que ménos aprenden . Hasta hace dos años, época del grande desenvolvimiento de los caminos de hierro, las ciudades de segundo y tercer órden estaban sin mas comunicaciones que las de unas incómodas é insoportables diligencias: el extranjero encontraba con mucha dificultad un hotel medio regular donde hospedarse: hoy todavía se cuentan en Francia bastantes diligencias, y en cuanto á los hoteles, son en mucho inferiores los que hoy existen á los de la Suiza, Holanda y otros paises.

Había otra ventaja, a saber, que si no quería usted cavar la tierra, ni servir al rey en las armas, cosas ambas un si es no es incómodas; si no quería usted quemarse las cejas sobre los libros de leyes o de medicina; si no tenía usted ramo ninguno de rentas donde meter la cabeza, ni hermana bonita, ni mujer amable, ni madre que lo hubiese sido; si no podía usted ser paje de bolsa de algún ministro o consejero, decía usted que tenía una estupenda vocación; vistiendo el tosco sayal tenía usted su vida asegurada, y dejando los estudios, como fray Gerundio, se metía usted a predicador.

El niño seguía llorando, a pesar de que ya tenía un abrigo, unas mantillas bordadas y muy limpias, que a Bonis le parecían impropias de la solemnidad del momento y muy incómodas. «¡Oh, ; se parecía a él en... el gesto, en el modo de quejarse de la vida! Podrían no ver los demás aquella semejanza; pero él estaba seguro de ella, como de una contraseña.

El arroyo al ver al caminante, le dijo: «Ya ves, amigo, qué débil estoy: apenas puedo dar un paso ni tengo fuerzas bastantes para empujar esas ramillas incómodas que embarazan mi senda. Tampoco puedo dar un rodeo para evitarlas, porque me fatigaría demasiado. puedes fácilmente sacarme de este apuro, apartándolas con tu pico.

Vamos, muchacho dije a Lotario; no puedes devolverle la vida. Vamos a tu casa, y, si quieres, pasaré la noche a tu lado. No vale la pena, mi tío respondió. Me llamaba tío desde que habíamos convenido en ello una vez, bromeando. Y su semblante duro y cerrado parecía preguntar: «¿Por qué me incomodas en mi dolorTal vez tengamos que hablar de intereses insistí. El no dijo una palabra.

Gozaba en paz de su nueva fortuna y no se preocupaba de reanudar las costumbres incómodas que el mundo impone a sus esclavos; una pereza invencible le encadenaba a los placeres fáciles que no exigen ningún esfuerzo de decencia o de inteligencia. Pretendía, pues, que se encontraba bien, que no deseaba nada mejor y que cada uno se proporciona sus diversiones donde puede.