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Actualizado: 9 de junio de 2025


Dice que viene entonces del cabildo, en donde se ha leído una orden del Rey, por la cual se imponen á los moriscos nuevos gravámenes. Malec, el concejal más antiguo, había desaprobado el primero estas medidas; pero Don Juan de Mendoza le había interrumpido, replicándole que él era moro, y que se proponía librar á sus correligionarios del castigo condigno.

En uno de ellos traía un cristal o monocle hábilmente sujeto, que daba a su fisonomía un aspecto excesivamente impertinente y repulsivo. No gastaba barba, sino largo bigote con las puntas engomadas. Vestía con elegancia que no se ve jamás en provincia, esto es, con cierta originalidad caprichosa de los que no siguen las modas, sino que las imponen.

Á uno de los balcones de nuestro hotel, á uno de los balcones de nuestra estancia; nos mira á nosotros. ¡Cuitada madama Fonteral! ¡Cuitado de ! Recibo la mirada tímida y vacilante de la pobre Luisa, y aquella timidez recatada, aquella medrosa vacilacion, me imponen casi miedo.

Y tuvo que permanecer al borde del camino, impotente y triste, siguiendo con ojos sombríos el convoy doloroso... Al cerrar la noche ya no fueron vehículos cargados de hombres enfermos los que desfilaban. Vió centenares de camiones, unos cerrados herméticamente, con la prudencia que imponen las materias explosivas; otros con fardos y cajas que esparcían un olor mohoso de víveres.

Eso pasa no pocas veces con aquellas personas que las circunstancias nos imponen la obligación de tratar... Lo que no puedo comprender es que hayan aguardado a última hora para hacer a Clara el favor de proporcionarle un enlace más ilustre o para mostrarme a su hostilidad... Bien es cierto añadió con amarga ironía que lo que está arreglado se desarregla y lo que está hecho se deshace.

Las obras del hombre me conmueven; las de Dios me imponen, me turban, me confunden. He subido con vosotros á los montes que levantan sus cúspides mas allá de las nubes; no he podido menos de doblar la rodilla sobre aquellas altas cumbres.

La conversación con Pepe Castro, que tenía a su izquierda, era más animada. ¿Por qué no aconseja usted a Arbós que coma más carne? le preguntaba el lechuguino al oído. ¿Para qué? Para lo que se come carne generalmente; para nutrirse y adquirir fuerzas con que soportar las fatigas que nuestros deberes nos imponen.

Esto ocurría por el mes de Julio de 1876, y al reunirse la Diputación en Noviembre de dicho año me dedicó en su Memoria semestral el siguiente párrafo: «No cumpliría con un deber que a la vez imponen los fueros de la cortesía y el homenaje que las rectas conciencias rinden a la verdad, si al comenzar este trabajo, la Comisión no hiciese público el sentimiento de consideración que debe al que fue su dignísimo vicepresidente, don Pascual Verdú, el cual renunció su cargo en Julio último, no por disentimiento con sus compañeros, sino por tener que trasladar su residencia a Madrid.

Era una de esas personas que, no habiendo recibido educación, parece que la han tenido cumplidísima, por lo bien que se expresan, por la firmeza con que se imponen un carácter y lo sostienen, y por lo bien que disfrazan con las retóricas sociales las brutalidades del egoísmo humano. De la memoria de su Jáuregui llevó el pensamiento a su sobrino. Eran sus dos amores.

La resistencia de aquellos hombres para los trabajos agobiadores que se les imponen, especialmente bajo ese clima, su frugalidad increíble, la manera cómo duermen, desnudos, tirados sobre la cubierta, insensibles a los millares de mosquitos que los cubren; su alegría constante, su espontaneidad para el trabajo, me causaba una admiración a cada instante creciente.

Palabra del Dia

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