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Actualizado: 28 de junio de 2025


Vió la Alemania que se había imaginado muchas veces: una Alemania tranquila, dulce, de burgueses un poco torpes y pesados, pero que compensaban su rudeza originaria con un sentimentalismo inocente y poético. Este Blumhardt, al que sus compañeros llamaban Bataillon-Kommandeur, era un buen padre de familia.

Las ocho serían cuando salió para hacer verdadero lo imaginado; pero como tenía que ir desde la calle de Hernán Cortés a la de Moratines, en el barrio de las Peñuelas, deteniéndose y preguntando por no conocer muy bien a Madrid, ya habían dado las diez cuando entró por el conocido y gigantesco paseo de Embajadores. No le fue difícil desde allí dar con la morada de su tía.

Durante el camino, aquella choza y el dinero que estaba oculto en ella habían asediado continuamente su espíritu, y había imaginado distintas maneras de halagar y seducir al tejedor, para que éste, seducido por el cebo de los intereses, se separara sin demora del dinero que poseía.

Además, el personaje imponía admiración con su aspecto. Los que le contemplaban por primera vez sonreían satisfechos. «Así se habían imaginado al grande hombre; no podía ser de otro modo.» Y parecían venerar con sus ojos las luengas barbas blancas, las dos crenchas de su cabellera, onduladas y brillantes como las vertientes de una montaña cubierta de nieve.

Pues bien, que me perdone Dios y usted también; pero si algo puede disculpar este pecado, debo decirle que cada día la voy considerando a usted menos como religiosa y más como mujer... , Gloria, mientras he imaginado que sus votos eran indisolubles, la miraba a usted como un ser ideal, sobrenatural, si se puede decir así; pero desde el momento en que entendí que era posible romperlos, se me ha ofrecido con un aspecto distinto, no menos bello, por cierto, porque lo terrenal, cuando es dechado, como usted, de gracia y hermosura, se confunde con lo celestial.

Pasados el puerto y los desfiladeros inmediatos, y rezada en la ermita del otro lado de la vadera la Salve de costumbre, logré ver a la luz del sol de media tarde, el resto del camino hasta Tablanca, por el que siempre había pasado de noche; el cual no me pareció tan profundo ni tan peligroso como yo le había imaginado entre tinieblas.

Le veía en su memoria, lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con un amigo en la taberna de San José, tratándose por ; y cuando no estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio?

La ofendida heredera de Estrada-Rosa no había imaginado sentir tal alegría al poner la planta en su pueblo natal. Sus amigas la llevaron abrazada, casi en volandas, hasta casa. Allí se despidieron todas, menos Emilita Mateo, a quien Fernanda hizo una seña para que se quedase.

Recordó los valles vírgenes de las novelas por entregas, y convino en que nunca se había imaginado cosa tan linda y recatada. Dichoso, pensó, el que haya nacido en este apartado retiro y nunca lo perdió de vista.

Cuando los nublados ojos de Cervantes recobraron su claridad, hallose en un aposento, no muy grande, teniendo ante a doña Guiomar, que pálido el bello semblante, ardiendo los celestes ojos, demudada toda, descompuesto el traje, le miraba con una tan no vista pasión y sentimiento, que no una mujer creyó tener delante de Cervantes, sino algo sobrenatural y nunca imaginado.

Palabra del Dia

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