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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los relucientes aceros chocaron con furia. Roger cuidó de adelantar continuamente, impidiendo al enemigo el libre manejo de su larga tizona; alcanzóle ésta levemente en un hombro y casi al mismo tiempo hirió él también á Tránter en un muslo, pero al elevar su espada para dirigirle otro golpe al pecho, la sintió firmemente trabada en el corte hecho con ese objeto en la hoja del contrario.
La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas.
Purificada. Demetria tardaba mucho en venir con la hoja. Felicia impaciente despachó al zagalillo que tenían para el ganado en su busca. Volvió diciendo que no la había visto por ninguna parte. Entonces la buena mujer hizo llamar á su marido, que estaba en la huerta, y le envió al castañar, ya con algún cuidado.
Esta criatura se deleita descubriendo y cogiendo para su madre un ranúnculo de botón de oro entre el musgo; viene luego a esparcir su cosecha a puñados sobre la hoja dibujada para recibir en recompensa un beso, y corriendo, vuelve a buscar flores entre la hierba, y cuando se arrodilla para coger una mariposa posada en una flor, ocultándose enteramente su cuerpo bajo el flotante velo de sus cabellos dorados por el sol, en su lugar, en vez de un cuerpo infantil, creeríamos que hay una madeja de seda puesta al sol como hacen las lavadoras de capullos.
En esto, desarrollaba los papeles que traía en la mano, y volvía a arrollarlos en sentido inverso para que perdieran el vicio: eran unos cuantos pliegos en folio, metidos bajo una carpeta bien rotulada. En seguida puso el cuadernillo en manos de su señora. ¿Está aquí todo lo que yo he pedido? preguntó la marquesa volviendo la primera hoja.
Una gran tempestad acababa de completar en 1589 el acto del vandalismo artístico, que no merece otro nombre á pesar de llamarse su autor Hernan Ruiz; y el peregrino edificio ya disfrazado, mutilado, desfigurado y feamente cubierto con un chapitel ochavado de madera y hoja de lata, á guisa de caperuza, y despues descaperuzado por el referido temporal, estaba amenazando ruina.
Gallardo había vuelto la cara y encogido el brazo en el momento de matar. El animal llevaba en el cuello el estoque cimbreante y suelto, y a los pocos pasos la hoja de acero saltó de la carne, rodando por la arena. Una parte del público increpó a Gallardo. Estaba roto el encanto que lo había unido al espada al principio de la fiesta.
Era un arma señoril: varios anillos de plata ceñían la negra vaina de cuero; la hoja tenía la marca de Hortuño; la guarnición era calada y fina, como una randa. Aquel trivial incidente vino a arrancarle de su pereza.
Ya, ya lo veo. ¿Pero á quién esperáis? A un hombre. Decid más bien á un muerto; y dígolo, porque á pesar del demasiado aire que dais á la hoja de la espada, si yo no fuera quien soy, me hubiérais hecho vos lo que no quiero ser en muchos años. Pero el nombre del muerto; digo, si no hay secreto ó dama de por medio, que no siendo así...
Gallardos, sueltos, flexibles, como las guías de convólvulos y cabrifollos que sombreaban la fuente. Las rosas... ¡ah! ¡las rosas! Lindas y espléndidas salían de manos de la anciana; pero Angelina las embellecía al tocarlas. Un tallo duro, una hoja rebelde, un pétalo sin gracia, todo recibía de la joven singular hermosura.
Palabra del Dia
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