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Después entró a la casa, quitose el sable y cambió el quepis por un viejo sombrero de paja de cinco sueldos, y se fue a buscar al cura al jardín. En efecto, el pobre abate estaba muy triste. No había pegado los ojos en toda la noche, él, que generalmente dormía con tanta facilidad como un niño. Su alma estaba desgarrada. ¡Longueval en manos de una extranjera, de una hereje, de una aventurera!

Aun á las puertas de este siglo, esto es en el año de 1799, fué castigado un hombre por la Inquisicion de Sevilla, el cual era hereje judaizante, i llamábase Lorenzo Beltran.

Se trata de dos miserables, de un hombre y una mujer: el hombre es un galeote huído, un hereje hechicero que vende untos, y hace ensalmos y presta á usura. Se llama Gabriel Cornejo y tiene una ropavejería en el Rastro. La mujer es comedianta, hermosa y joven, y se llama Dorotea. Vive en la calle Ancha de San Bernardo.

Los vecinos despiertan, tócase a rebato, y el hereje se retira desengañado. Grande gloria para vuestra religión dijo alguno. Un venturoso accidente en verdad respondió el padre Rodríguez.

En nuestra santa bien conocemos Que pasa desta suerte aquesta cosa; Pues el hereje y malo, de las flores Del Escritura torna en sus errores.

¡Jesús!... ¡Vaya por Dios! ¡Vaya por Dios!... No pensé que fuera para tan pronto... ¡Pobre D. Álvaro! exclamó levantándose vivamente y apresurándose a ponerse los manteos y el sombrero. ¡Bah! ¡Un hereje que no ponía los pies en la iglesia! ¿Qué importa que se muera? Cuanto primero se lo lleven los demonios, mejor. El excusador le dirigió una mirada tímida y ansiosa.

Y creo que el bueno del cocinero hubo de notar que había ratones en la despensa; pero no dió con el ratón. Y ya debe estar crecida y hermosa Inesita. ¡Pobre Montiño...! Hereje impenitente... pero sepamos quién es ahora el ratón de su despensa. No es ratón, sino rata y tremenda... el sargento mayor, don Juan de Guzmán.

Dichas otras cuantas bromas, retiráronse las dos santas fundadoras, dejando al hereje con su médico. Iban tan contentas, que cuando entraron en el cuarto de Guillermina, a esta le faltaba poco para ponerse a bailar. «¿Pero de veras nos mandará el talónpreguntó Jacinta, incrédula. Como tenerlo en la mano... Has estado muy hábil... Como tiene conmigo tanta confianza, se pone muy pesado.

No tengo yo la culpa si ha muerto el verdugo de Cádiz... Vengan diez duros más, y entonces hablaremos. EL SACERDOTE. ¡Qué horror, Dios mío! Vaya, no sea usted... EL VERDUGO. No rebajo ni un real... EL VERDUGO. Compadre, ¿acaso mato yo sus animales? Cada cual a lo suyo. Venga ese cuchillo. LA MULTITUD. ¡Bravo! ¡muera el hereje! EL GITANO. Creí que esto era más doloroso.

¡Locuras, señor, locuras! rugió el Provisor sacudiendo la cabeza. ¡Pero Fermo, es un alma que se pierde!... No hay que salir de aquí... Ir... el Obispo... a un hereje contumaz..., absurdo.... Por lo mismo, Fermo... ¡Bueno! ¡bueno!