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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Caída sobre los hombros la capucha, desabrochado el hábito que mostraba el hercúleo cuello, desnudos hasta el codo los velludos brazos que tenía cruzados sobre el pecho, saludó reverentemente al abad y se dirigió con toda calma al reclinatorio que le estaba reservado en el centro de la sala.
El de elevada estatura y hercúleo cuerpo es Captal de Buch, nombre que habréis oído con frecuencia, pues no hay en Gascuña más famosa lanza. Habla con él Oliverio de Clisón, apellidado el Pendenciero, pronto siempre á enconar los ánimos y atizar la discordia.
En aquel momento un hercúleo campesino lanzó contra él enorme piedra, que le dió de lleno en la cabeza y lo tendió sin sentido á los pies del barón. ¡Esta es para mí la mejor llave! rugió Tristán; y levantando la pesada roca la lanzó á su vez con irresistible fuerza contra la puerta de la torre.
Pero de todos aquellos nombres, ninguno sonó tan recio como el de Tremontorio, el arisco y hercúleo marinero del Cabildo de Abajo, curtido por todos los climas y batido por todos los mares del mundo.
Pero los soldados no saben dar azotes como los que aquel crimen exige, y Quiroga toma las gruesas riendas que sirven para la ejecución, batiéndolas en el aire con su brazo hercúleo, y descarga cincuenta azotes para que sirvan de modelo.
Y ellos, desconociendo sus propios males, hablaban con horror de las dolencias que asaltaban a los hombres en la penumbra de la selva al remover el humus secular y las vegetaciones dormidas: grandes abscesos de la piel que acababan por rebullir lo mismo que un hormiguero, avivándose la carne en gusanos; emponzoñamientos de la sangre que mataban en breve tiempo a un hercúleo jayán; rápidas consunciones, devoradoras de grasas y de músculos, que sólo respetaban el esqueleto, dejándolo flotante dentro de la piel, cual si esta fuese un traje demasiado grande.
Hablaron los cuatro del bautizo, y el hercúleo Lowe comentó los incidentes. Míster Maltrana no había querido dejarse bautizar. ¿Por qué?...
¡Para mí, tres! ¡Ánimo, hermanos! ¡Ánimo! Como una ráfaga, la hueste de chalanes siente el triunfo de los segundones. En un tácito acuerdo comienzan a cejar, sin vergüenza de ser vencidos por aquellos tres hidalgos. ¡Que para eso son hidalgos y señores de torre! Oliveros, en tierra, de cara contra la yerba, ruge, sofocado por las manos del hercúleo segundón.
Palabra del Dia
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