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Actualizado: 30 de junio de 2025
Jenny Hawkins era el vivo retrato de Lea Peralli, pero una Lea tan morena como rubia era la otra, más alta y más gruesa. La impresión que experimenté fué sumamente penosa. Me volví á mirar hacia el público para no ver aquel fantasma que allá, en el fin del mundo, venía á recordarme precisamente las dolorosas circunstancias que me habían hecho expatriarme.
Si los azares del viaje le llevan á usted por allí, celebraré que me conceda una compensación. Un amistoso apretón do manos. Jenny Hawkins". Me quedé pensativo. Mis dos compañeros se burlaron de lo que ellos llamaban mi sentimentalismo, pues no podían sospechar las graves preocupaciones y los punzantes cuidados que me producía aquella brusca partida.
En este momento se abrió una puerta y un lacayo, dominando apenas el rumor de las conversaciones, pronunció estas tres palabras. Miss Jenny Hawkins. En la puerta apareció la cantante, alta, esbelta, orgullosa, un poco pálida, pero con la sonrisa en los labios. Estaba vestida con un traje de damasco blanco adornado de encajes de oro.
Otro detalle, dije. ¿Cuánto tiempo hace que Jenny viene á América? Seguramente, hace tres años. ¡Tres años! ¿Y con el nombre de Hawkins? ¡Claro está!
Se produjo un profundo silencio, el pianista preludió y Jenny Hawkins, como para acentuar el desafío lanzado á Tragomer, cantó el Ave María de Otello, que el joven había oído en San Francisco, en aquella velada memorable. La cantante detalló deliciosamente las angustias y las súplicas de Desdémona. Su pura y hermosa voz parecía haber ganado en flexibilidad y en extensión.
Pero no era en América, vasto continente por el que Jenny Hawkins andaba errante, donde yo podía seguir una pista, proceder á una averiguación y tratar de restablecer la verdad. Allí estaba solo, sin apoyo ni recursos, completamente desarmado.
Á no ser por el diablo de mi suegro y de sus cow-boys de hijos, te hubiera presentado yo mismo sencillamente y de muy buena gana, y hubieras participado de mi buena fortuna. Eso se hace entre amigos, sobre todo de viaje. Tragomer dejó pasar unos instantes y después, como si le acometiese de nuevo la curiosidad, preguntó: ¿Dónde conociste á Jenny Hawkins! ¡Ah! ¿eso te preocupa?
Era la misma fisonomía, la misma actitud, la misma mirada, la misma sonrisa. ¿Era posible que existiera tal semejanza, no ya tan sólo física, sino moral? Aquella prueba afirmó mi creencia más de lo que yo deseaba y una turbación extraordinaria se apoderó de mí. Me incliné hacia el banquero y le pregunté: ¿Conoce usted á esta Jenny Hawkins? Ciertamente.
Cuando me haya casado y sea muy rico, olvidarás fácilmente el matrimonio para participar de la riqueza. Jenny Hawkins permaneció un momento silenciosa y después dijo en tono grave y resuelto: Escuche usted, Sorege. Ha llegado el momento de que nos expliquemos francamente. Nos conocemos demasiado para tratar de engañarnos sin ninguna utilidad.
La bulliciosa alegría del americano me dió tiempo para reponerme y continué mi interrogatorio. Jenny Hawkins ¿habla el inglés sin acento extranjero? Le habla con mucha pureza, pero usted sabe que en América, como en Francia, tenemos diversas pronunciaciones, según las provincias. No me sorprendería que Jenny fuese canadiense. Hay un ligero matiz francés en su manera de acentuar ciertas palabras.
Palabra del Dia
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