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Tres horas después me hallaba en el café Suizo de Madrid. Junio de 1858. Doy fe de haberlo visto con mis propios ojos, ayer á 18 de Julio, de dos á tres de la tarde, desde las venerandas ruinas de Sagunto, ó sea desde lo alto del castillo de Murviedro. Con este solo fin había salido la víspera de la villa y corte de las Españas en el tren correo.

Creyó por un momento que aún era el pobre cultivador de naranjos de otro tiempo y que se hallaba en presencia de aquel Don Ramón majestuoso como un gran señor. Rafael se defendía con el silencio y la altivez.

Lo cierto es, que Roger alcanzó de Andronico el dinero con tanta largueza, que pudo dar dobladas pagas; liberalidad grande, si la falta de hacienda y dinero con que se hallaba, permitiera que se le pudiera dar este nombre.

Traté de retardar el momento de presentarme a mi amo; pero, al fin, el hambre, la desnudez en que me hallaba y la falta de asilo, me obligaron a ir. Mi corazón, al aproximarme a la casa de Doña Flora, palpitaba con tanta fuerza, que a cada paso me detenía para tomar aliento.

Como ahora se hallaba desprovista de pámpanos, habían echado por encima algunas sábanas para guardarse del sol de Febrero que ya quemaba. Á las dos mujeres se habían agregado algunas otras y les hacían compañía Antonio, Frasquito, Manolo Uceda y algún otro joven.

Si nuestra casa era visitada por alguna enfermedad, Angustias se hallaba siempre a la cabecera de la cama, y cuando se trataba de enjugar lágrimas, consecuencia de alguna travesura de chiquillos, su palabra cariñosa nos proporcionaba pronto consuelo. Pero la ciencia de la bondadosa niñera era más patente cuando estábamos contentos.

Cuando, con las miras puestas en estos fines, vacilaba un poco, porque, al cabo, era tierra frágil y miserable, y desconfiaba de sus bríos y se vela a punto de tropezar y de caer, acudía al amparo de don Sabas; y allá, a la reja del confesonario, en los profundos de la iglesia, al romper los primeros albores del día, ella, después de besar el polvo de los suelos y de regarle con sus lágrimas, declarando sus pesadumbres y flaquezas, y él reprendiéndola y exhortándola con la sabiduría y la dulzura de un padre cariñoso a un hijo muy desdichado, hallaba siempre los perdidos alientos para continuar la subida de su Calvario con la carga de su cruz... Así estaban las cosas cuando yo había llegado a Tablanca.

Me hablaba poco de él mismo y sólo en términos vagos para decirme que trabajaba, que hallaba grandes obstáculos, pero que esperaba llegar a buen término.

Voy a cerciorarme de ello inmediatamente.» Y riéndose y gruñendo escondió la cabeza entre las almohadas. Luego, de repente, gritó con voz que resonó en toda la casa como un trueno: ¡Mil millones!... ¿Dónde está mi pantalón? Se lo llevaron, y cinco minutos después, el anciano se hallaba ya listo, delante de su espejo; sólo le faltaba su peluca de un gris amarillento.

A la hora de este, volvió doña Lupe sofocada, diciendo que Samaniego, el marido de Casta Moreno, se hallaba en peligro de muerte y que por aquel lado no podía hacerse nada. Casta no estaba en disposición de acompañarla a ninguna parte.