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Pasé después por algunas calles, me detuve para comprar flores a una linda muchacha, a quien pagué con una moneda de oro; y habiendo atraído suficientemente la atención pública, hasta el punto de notar que me seguían más de quinientas personas, tomé el camino del palacio que habitaba la princesa Flavia, a quien envié a preguntar si se dignaba recibirme.

29 Y viendo toda la congregación que Aarón era muerto, le lloraron treinta días todas las familias de Israel. 1 Y oyendo el cananeo, el rey de Arad, el cual habitaba al mediodía, que venía Israel por el camino de los centinelas, peleó con Israel, y tomó de él prisioneros. 2 Entonces Israel hizo voto al SE

Toda esta tropa femenina habitaba y dormía en el piso principal de la casa de campo, donde también tenían habitación el aperador, su mujer y sus cuatro chiquillos; pero éstos, tan apartados, que no se veían ni se entendían sino cuando el amo llamaba. Había, por último un mozo, que dormía junto a la caballeriza y cuidaba de ella, de los patios y corrales.

Era un cuartito con una tronera alzada sobre el alero del tejado; nadie le habitaba, y ella solía subir allí a ver cómo el sol pasaba por el valle, a mandar un beso a la torre lejana de Luzmela y una oración al alto cementerio, donde su protector dormía ajeno a tanta desventura. Se oía desde el alto rincón la voz recia del Salia, acordada en eterno cantar glorioso.

Al entrar a la ciudad por la Puerta del Puente, uno de los guardas le dijo: Vuestra merced llega tarde. Ya se llevaron al agüelo. Don Íñigo había sido enterrado la víspera. Cuando el mancebo penetró en las cuadras que habitaba el anciano, pareciole, a los primeros pasos, que no podría seguir adelante, tal era la hediondez que flotaba en el confinado ambiente.

Su primer cuidado fué asegurarse del caudillo principal Luis Laso de la Vega, que prendió por mismo en la casa que habitaba, llamándole por su nombre, á que contestó agriamente, porque se le incomodaba: pero reproduciéndole desde afuera que se hallaba en gran peligro, porque estaban ya muy cerca las armas del Rey, se levantó, y medio vestido salió en persona á la puerta con un trabuco en la mano.

El joven encendió las dos lámparas de la chimenea sin llamar al criado, que era su único servidor y el único ser viviente asimismo que habitaba con él en aquel cuarto. Pepe Castro era hijo de una ilustre familia de Aragón. Su hermano mayor llevaba un título conocido y tenía una hermana además casada con otro título. Se había educado en Madrid. A los veinte años quedó huérfano.

En Madrid había tenido algunos duelos y en Lancia dejó de efectuarse uno entre él y cierto jefe político que los progresistas mandaron a esta provincia, por la intercesión del obispo y cabildo catedral. Al llegar a los cuarenta años, poco más o menos, casó con una señora aristócrata también, que habitaba en Sarrió. Murió su esposa al año, a consecuencia del parto.

Esta nacion, que probablemente se dió ella misma el nombre que lleva, habitaba la parte nordeste de la provincia, sobre las riberas del rio Itonama, desde la laguna grande hasta cerca de su confluencia con el rio Machupo; es decir entre los grados 13 y 14 de latitud sud, y los 65 y 67 de longitud oeste de París.

Habiendo pues los franciscanos llegado á convertir la tribu de los Toromonas, que habitaba de la otra parte de Cavinas, y tambien algunos cuantos Pacaguaras, estos indígenas, injustamente desconfiados, ó porque les fuese muy duro someterse á llenar tal cual imposicion, esparcieron la voz de que los misioneros, so pretesto de enseñarles las doctrinas de la verdadera religion, solo trataban de reunirlos para hacerlos trabajar en beneficio de sus intereses personales: en consecuencia de esto los espulsaron de su nacion, suplicándoles que jamas volviesen á presentarse en ella.