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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Vamos a ver si aún está esa gente en el café y quiere jugar unos chapósSacó un magnífico cigarro habano de la petaca, lo encendió, y chupándolo voluptuosamente, se fué acercando, poco a poco, al café de la Marina. Casi a la misma hora pasaba en casa de Belinchón una escena triste.

Siento no poder trasladar ni una sílaba de lo que se dijeron, pues lo hicieron en bicol, única forma de entenderse, pues el criado no conocía ni una sola palabra de las que forman la rica y armoniosa lengua castellana. Sentados en cómodos sillones de bejuco y aspirando, sino el aroma, por lo menos el humo de un segundo habano, quedamos sobre cubierta, Luís, el capitán y mi persona.

Los asientos tapizados de seda rosa, igual a la que adornaba los planos de las paredes, estaban ocupados por señoras. El ambiente era más limpio que en el jardín de invierno, donde una atmósfera de humo de habano y tabaco oriental con perfume de opio flotaba sobre las plantas.

Iba caminando lentamente por la de las Infantas, meditando sobre el plan de la noche a sea el modo de pasarla más divertido, y saboreando un buen cigarro habano, cuando de pronto ¡zas! recibo un fuerte golpe en la cabeza que me hace vacilar; el flamante sombrero de copa fue rodando por un lado y el cigarro por otro.

Quilito dijo que tenía un compromiso anterior con los tales y los cuales, citando media docena de nombres del más legítimo high-life, y mientras sacaba con negligencia un grueso habano y se disponía a encenderlo, añadió, dirigiéndose a su padre: Esta tarde encontré a tu jefe, el Subsecretario, y me preguntó si estabas enfermo; le dije que , ¿he hecho mal? No, señor, perfectamente.

Su salud se mantiene delicada, y su moral parecía igualmente afectada para siempre. Parece convencido, como la mayor parte de la gente, de que su mujer, en lo tocante al capitán de Sontis, no tiene más culpa que haber bebido demasiado Sauternes, y haber fumado un habano, cuyo humo la había privado de la conciencia de sus actos.

En estas visitas solía ver, por la puerta entreabierta del recibimiento, a su cuñada Gregoria, con su aire orgulloso y muy compuesta siempre, a pesar de sus canas y su obesidad; un día tropezó en la escalera con Jacintito, que bajaba los escalones de dos en dos, silbando, de habano y bastón, y no le miró, porque le chocaba mucho este mequetrefe, que jugaba en la Bolsa y tiraba el dinero, que no sabía ganar.

Al fin, sacando la petaca y ofreciéndole un magnífico cigarro habano, abordé el asunto. Pues mi objeto al venir a verle dije, como si no hubiera pasado nada antes era que usted me enterase de ciertas particularidades referentes a una de las profesoras del colegio, la hermana San Sulpicio. Con mucho gusto repuso algo avergonzado.

La familia tomó el café pensativa y silenciosa. Miguel se puso a jugar con sus sobrinitas, las niñas de Eulalia. D. Bernardo se levantó al fin de la mesa, encendiendo un cigarro habano. Aunque su continente era frío y grave, como siempre, adivinábase que no estaba de buen humor: el negocio del café le había excitado un poco la bilis.

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