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Pero algo hay aún, mil veces más abominable y tremendo: el método de que, según he oído contar, se vale el hombre para producir el hígado gordo de ganso. ¿Cabe mayor infamia que la de crear artificialmente una enfermedad para deleitarnos luego comiéndonos el resultado? El poeta Marcial aseguraba ya que en su tiempo se hacía crecer tanto el hígado que venía a ser tan grande como el ganso todo.

Bastante tenía que hacer la pobre esta noche con vigilar al hermanito para que no metiese sus manos sucias en todo y no sobase los dulces y no lamiera los helados... Yo tomé una yema que apestaba a aceite de hígado de bacalao, y de fijo anduvieron por allí los dedos de Leopoldito.

Guardó el dinero en una punta de su pañuelo de bolsillo y, sin detenerse, se encaminó hacia la calle de los Lombardos. Entró en una farmacia, compró una botella de aceite de hígado de bacalao para Germana, atravesó el arroyo, se detuvo en una tienda, eligió una langosta y una perdiz, y volvió, enlodada hasta las rodillas, al palacio Sanglié. No le quedaban más que cuarenta céntimos.

Todas las facultades que llamamos del alma, no son sino funciones de esta sustancia gris, de este montón de intestinos. El cerebro segrega pensamientos como el hígado segrega bilis y los riñones orina. El orador termina afirmando que, mientras la humanidad no se penetre de estas verdades, no podrá salir del estado de barbarie en que yace.

«¡Muy biense cumplimentó a mismo Krilov, con el corazón lleno de la alegría pérfida de un enfermo del hígado. Había algo de pintoresco, de sugestivo, de agradablemente inquietante en esa renuncia a su propia persona, en representar un papel antipático, en que los demás le odiasen y le temiesen.

Un estado un poco mas crónico, con mas flacidez en la piel, el aspecto mas enfermizo y con menos fenómenos congestivos, y menos recrudescencias flegmásicas, constituyen las indicaciones mas claras del aceite de hígado de bacalao.

No era aburrimiento lo que tenía Miranda: era su mal del hígado, furiosamente exacerbado con el despecho de la ridícula aventura que cortó el viaje de novios.

La indignación y la ira contrajeron mi hígado, que soltó una verdadera avenida de bilis, desbordándose en palabras. Estuve un rato bastante prolongado cogido a las rejas, mirándola con ojos llameantes en silencio. Al fin, con voz ronca de cólera, le dije: Lo que es usted una solemnísima coquetuela, indigna de fijar la atención de ningún hombre formal.

Cuando volvíamos nos tropezamos en el camino con el furriel. Ya podréis presumir cómo se le pondría el hígado.

Pues que le diga el más guapo que le enseñe lo que ha pintado... ¡caray! primero le enseñará el hígado... Eso es. Que se arrime alguno a él cuando se halla en estas operaciones: se pondrá encarnado como la grana, y ya no sabrá lo que hace... ¡Conque también pinta? exclamó Nieves que escuchaba con suma atención al boticario.