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Añadía que si todos los españoles no gustaban de entrar por este camino, los rebeldes debían ser convencidos a palos, para lo cual convenía que los libres se armaran formando una milicia organizada, ni más ni menos que como la famosísima de Julio del 22, émula de los espartanos en el famoso Arco de Boteros.

El viejo duque y el unigénito, adolescente de veintiún años, pasaban los inviernos en Madrid, ciudad que ella aborrecía, sobre todo por el sol. Le gustaban los cielos grises y la luz cernida.

Por lo menos a éste le gustaban mucho y los mandaba colocar en un pasillo del salón de Reinos del palacio del Retiro, cerca de la puerta por donde salía a tomar los coches. No todos estos cuadros son de la misma época: el bobo de Coria, el niño de Vallecas, don Sebastián de Morra y el Primo pertenecen al segando estilo: el enano don Antonio el inglés y don Juan de Austria al último.

Esta profecía me agradó; una tormenta era un feliz incidente en mi vida monótona, y a pesar de mi miedo, me gustaban el trueno y los relámpagos, aunque solía temblar de pies a cabeza cuando los estallidos se sucedían con mucha rapidez. Durante la primera parte de la tarde, erré como alma en pena, por el jardín y el bosquecillo.

Su asiento en la mesa, tanto a la hora de la comida como del almuerzo, quedaba desocupado con una frecuencia alarmante, a pesar de las protestas de la tía de no hacer pasteles fritos, ni carbonada, ni ninguno de los platos criollos, que no le gustaban: se levantaba a las doce, salía, y no volvía hasta las tres o cuatro de la madrugada.

Mientras estaba en el servicio, Juan se ha hecho un lindo cuaderno de música, en el que ha compilado las canciones alegres y sentimentales que más le gustaban. El género sentimental es el que lo entusiasma.

Mi tía; especialmente, achacaba el suceso, en tono de resentimiento, á que no me gustaban los guisos que ella misma había hecho. Luego vi que era imposible persuadir á aquellas benditas almas de que puede un hombre hartarse una vez de sopa de fideos, de gallo en pepitoria y de arroz con leche.

Era de notar que siempre lo hacía en tono tan indignado y mostrando tal ira contra el Gobierno, que sus trabajillos gustaban en las redacciones y aun le produjeron algunos cuartos. Fue colocado, y durante una temporada corta se dedicó al espiritismo.

Esto último no lo debiera haber pensado: es casi un insulto al buen Sarrió. Si él va al teatro, seguramente será al Español, a la Comedia, tal vez al Real. Entre estos tres, ¿por cuál me decido? Yo creo recordar que a Sarrió le gustaban los versos; yo a veces le declamaba algunos y él me decía que eran muy bonitos.

Ningún español se encaminaba hacia allí, a no ser los granujas, que, entonces como ahora, gustaban de meter las narices en todas partes. Llevado de mi curiosidad, me acerqué al Retiro, y también recorrí otros sitios hacia el Mediodía, igualmente ocupados como posiciones ventajosas.