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Actualizado: 9 de junio de 2025
No le gustaban los jornaleros, y con instinto superior a sus años, adivinaba que los señoritos eran peligrosos. Como crecida a puerta de calle, sabía mucho más de lo que debe ignorar la pureza; pero esto que, a ser ella tonta, hubiera constituido un escollo, dado su natural despejo se trocaba en ventaja.
No esperaba milagros. No le gustaban siquiera. El milagro era un absurdo, algo contra la fría razón, y él quería método, orden, una ley en todo, ley constante, sin excepción. El milagro era romántico, revolucionario, violento, y él no estaba ya por el romanticismo, ni por la violencia, ni por lo extraordinario, ni por la pasión. Sí; había amor que valía más que el apasionado.
Nunca fue demasiado aficionada a las galas, pero de pronto se descuidó por completo en el vestir; le gustaban las flores y dejó de adornar con ellas su cuarto; deliraba por la música y pasó semanas enteras sin abrir el piano.
Para despertarle la afición o inclinarle a la marina, le compró una preciosa balandra donde ambos se paseaban por las tardes o salían de pesca. Pero todos los propósitos del buen caballero se estrellaron contra las aficiones terrestres de su sobrino. De la mar no le gustaban a éste más que los peces; pero aderezados ya y humeando en medio de la mesa.
Antes de arreglarse había almorzado precipitadamente, con poca gana, porque no le gustaban visitas tan serias, ni sabía lo que en ellas había de decir. La idea de soltar alguna barbaridad o de no responder derechamente a lo que se le preguntara, le quitó el apetito... Y bien mirado, ¿qué necesidad tenía ella de visitas de curas?
Ya se ve; y que le gustaban los pajes. Y que Inés no es su hija. No, pues la Inés, que es un pimpollo, ha sacado las mismas aficiones que la madre; ya ha tenido tres novios pajes de su majestad. ¿Y cuál es el paje de ahora? Un muchachote rubio, paje de la reina; un chico rubicundo, que la echa de valiente, y á quien tengo ojeriza. ¿Y cómo se llama ese paje? Valentín Pedraja.
Te oí decir muchas veces en casa de mi padre que te gustaban las codornices, y ahora las tienes aquí y no las pruebas. ¡Que no tienes gana!... Para esto siempre hay gana. Y veo que no tocas el pan... Vamos, Guillermina, que perdemos las amistades...». Barbarita, que conocía bien a su amiga, no machacaba como D. Baldomero, dejándola comer lo que quisiese o no comer nada.
Los manjares que gustaban alzábamos el plato; servíamosles con salado, acedo y mal sazonado; buscábamos invención para que les hiciese mal provecho por aventarlos de casa.
Comprendí que no me gustaba la música sino el músico, y que a él le pasaba lo mismo respecto de Blanca. No se le daba un bledo de Beethoven; pero estaba enamorado de Blanca, y hasta las cosas que le eran antipáticas le gustaban en la mujer amada. Juno terminó su horrible sonata, y Pablo dijo en un arranque de entusiasmo, cuyo oculto motivo comprendí: ¡Qué genial ese Beethoven!
Su educación clásica y la simpatía que inspiraba su juventud le abrieron cierto camino. Hablaba en latín con los abates franceses, que gustaban saber cosas de la guerra por aquel joven teólogo y al mismo tiempo le aleccionaban en el idioma del país. Estos amigos eclesiásticos le proporcionaban lecciones de español entre la alta burguesía afecta a la Iglesia.
Palabra del Dia
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