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Actualizado: 29 de junio de 2025


Octavio, á modo de un goloso que, ahito y empachado por los confites, todavía, antes de retirar el plato, lleva las manos á él y se obstina en comer más, preguntaba á la niña blonda con acento melifluo: ¿Me quieres mucho? ¡Pero, hombre, qué matraca eres! ¡Cuántos millones de veces lo habrás oído en tu vida! Es que, vida mía, necesito oirlo hoy otra vez. Nunca lo he necesitado tanto como ahora.

Ha sido la cocinera. Yo no guiso para ti. Te fastidiaste. Prima, esta yemecita. Por . No me robes del plato, goloso. Que no te lo doy, ea. ¿No tienes ahí la fuente? ¿A que te lo atrapo? Cuando más descuidada estés.... ¿A que no?

-Deso es lo que yo reniego, señor Sansón -dijo a este punto Sancho-, que así acomete mi señor a cien hombres armados como un muchacho goloso a media docena de badeas. ¡Cuerpo del mundo, señor bachiller! , que tiempos hay de acometer y tiempos de retirar; , no ha de ser todoSantiago, y cierra, España!"

Míster Robert no concurría a cafés ni a teatros; su distracción única, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un ángel; el hijo, otro ángel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, más católico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisión del público.

En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido.

Por eso, temiendo una nueva felpa, y para manifestar su inocencia, echa el tizón al fuego y las dos manos á la calzonada de su amigo, y comienza á gritar con el mayor desconsuelo: ¡Padre!, ¡padre! Pero el goloso prisionero, que ya se da por muerto, tira uno de retortijón á cada mano de su carcelero, y toma pipa por el corral afuera, relamiéndose de gusto.

Eran los primeros en partir porque iban muy lejos, a los últimos cuarteles de la posesión real: al Goloso, a San Jorge, a Valdelaganar, cerca de Viñuelas. Los que aún permanecían en el puentecillo comunicábanse los cuarteles en donde pensaban pasar la noche.

Anoche, en el cuartel de Somontes, le largaron una perdigonada al Bonifa, un pobre muchacho que no sabe huir el bulto... Hace una semana, pillaron en El Goloso al Bastián y al Paleto, les dieron una paliza de muerte, y ahora están en la cárcel de El Escorial... En el cuartel de Caños Quebrados hay un puñalero guarda que primero hace fuego y después da el alto.

¡Al fin ha venido usted! murmuró, cuando estuvo al lado de María Teresa. Creía que no venía ya, y me aburría espantosamente. ¿Qué? dijo ella con sonrisa incrédula. ¿Usted se aburría tanto? ¿Y el tennis? ¿Me esperaba usted para jugar? No. Pero yo vengo aquí atraído por otra cosa que por el tennis, usted lo sabe bien. ¡Ah, goloso! ¡atraído por el lunch, entonces! Tampoco, querida señorita...

En torno de la mesa, husmeando con aire goloso, estaba una diminuta perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal y las patas de alambre, parecía escapada de una tienda de juguetes. Al ver a sus amas, el liliputiense animal sacó la roja lengua, lanzando un ladrido que parecía un estornudo. ¡Miss...! ¡mi querida Miss! gritó Amparito, queriendo tomarla en brazos.

Palabra del Dia

rigoleto

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