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Actualizado: 19 de junio de 2025


A pesar de este final triste, los convidados de Sánchez Morueta reían, encontrando muy interesantes las diversiones de los opulentos patanes. Era bien entrada la tarde cuando terminó la comida. El capitán Iriondo después de brindar por su principal y amigo se despidió, alegando que tenía á la carga un buque de la casa. El secretario Goicochea se fué con él para dar el último vistazo al escritorio.

Usted sería de los auxiliares, como mi primo Pepe, dijo Aresti; de los que defendían la villa. Goicochea dió un respingo en su asiento, pero en seguida recobró su aspecto plácido y contestó con humilde sonrisa: ¡Quia, no señor! Yo estaba con los otros: era sargento en un tercio vizcaíno y llevaba la contabilidad... Cosas de muchachos, don Luis: calaveradas.

¡Si usted hubiese visto el acto de la coronación! continuó la voz de Goicochea con sordina. Aún me estremezco de entusiasmo recordándolo. Fué cosa de llorar. Catorce obispos asistieron y hubo quince días de peregrinación de Bilbao y los pueblos.

Y Aresti pensaba en la pobreza humana que resurge siempre ante las catástrofes ciegas de la naturaleza; en la fe que siente el hombre por lo maravilloso apenas ve en peligro su existencia. Goicochea había cesado de rezar y, acercándose al doctor, hablábale al oído con la satisfacción del que muestra las bellezas de su propia casa.

El elogio que hacían de él era siempre el mismo: «No tiene nada suyoAdemás, le querían, por verle siempre en guerra con los señores de la administración, en defensa de la gente de los talleres. En las oficinas trabajaban muchos amigos de Goicochea, que se aprovechaba, para colocarlos, de su intimidad con el principal.

Los protegidos de Goicochea hablaban de la necesidad de «velar por los intereses de la casa», y al mismo tiempo, de meter en un puño á aquella gentuza, cada vez más exigente y respondona. Pero Sanabre estaba allí y servía de intermediario y pacificador. ¿Qué le importaban á un potentado como Sánchez Morueta algunas pesetas menos?

Los convidados eran todos de la casa, empleados como el capitán Iriondo, el secretario Goicochea y Fernando Sanabre, el ingeniero director de los altos hornos, ó parientes de la familia como el doctor Aresti y Fermín Urquiola. Este Urquiola visitaba con frecuencia la casa, por ser sobrino lejano de la señora, aunque Sánchez Morueta no mostraba por él gran simpatía.

Y Aresti, al decir estos motes, remedaba el tono de desprecio con que había oído á algunos como Goicochea, designar á los soldados españoles, llamados ches en Bilbao, por ser valencianos muchos de los que componían la guarnición durante el sitio. Se hará sin guerra. Es asunto de tiempo don Luis: de tiempo y de buena dirección. Poco á poco se hace camino.

Aresti, llevando al lado á Goicochea en el mullido carruaje del millonario, pasó por varias calles de la Bilbao tradicional, admirando sus tiendas antiguas, adornadas lo mismo que en los tiempos de su niñez. Era igual el olor de zapatos nuevos y telas multicolores fuertemente teñidas. El carruaje comenzó á ascender penosamente por la áspera cuesta de Begoña. Terminaba el desfile de casas.

El acento desesperado con que llamaba á la Virgen, revelaba el egoísmo de la vida, agarrándose á la última esperanza, implorando un milagro, con la ilusión de que, en favor suyo, se rompiesen y transtornasen todas las leyes de la existencia. Al verse de nuevo en la plaza, Goicochea miró al templo y se descubrió como si le pesara volver á la villa sin saludar á la imagen.

Palabra del Dia

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