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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Y saldrán a la calle con un palmo de hocico y atropellando a la gente menuda, cuando ellos merecían un grillete, y ellas la Galera de Alcalá... Yo todas estas cosas al pormenor, porque la misma resistencia mía a servirlos los forzaba a exponer sus miserias sin disfraces, para moverme mejor. ¡A buena parte venían!

Este prodigio de los pescaditos iba seguido casi siempre de lo que él llamaba el milagro del peixòt, pretendiendo con el peso del tal pescadote aplastar las dudas de la impiedad. La galera de Alfonso V de Aragón el único rey marino de España chocaba al salir del golfo de Nápoles con un peñasco oculto, cerca de la isla de Capri.

Respodióles que era buen caballero, y que él no sería enemigo ni haria daño á los amigos del Rey de Aragon, y que con seguridad podrían estar todos juntos, y honrar á Riambau. Con esto se sosegaron, y Montaner pasó á la galera de Riambau Dasfar, y luego todas se juntaron, y se convidaron los capitanes con mucha llaneza y seguridad.

Responder quería el arráez; pero no pudo el general, por entonces, oír la respuesta, por acudir a recebir al virrey, que ya entraba en la galera, con el cual entraron algunos de sus criados y algunas personas del pueblo. ¡Buena ha estado la caza, señor general! -dijo el virrey. -Y tan buena -respondió el general- cual la verá Vuestra Excelencia agora colgada de esta entena.

Eran, siempre, obras de títulos sugestivos: «Galera de la inocencia», «Espejo milagroso», «Tristeza de los desheredados...» ¡El tipo venerable, el papel amarillento, la grave encuadernación frailuna, la cintita verde marcando la página, todo esto me encantaba!

El estudiante sube á la galera, y con más ilusiones que dineros toma el camino de la Corte. #Hoy llega#. Tres días después de la aventura descrita en el capítulo segundo, estaba Clara muy de mañana encerrada en el cuarto que le servía de habitación.

De la galera volvió á enviar al Emperador treinta vasos de oro y plata que le habia dado, y añade el mismo autor, que las insignias de la dignidad de Megaduque las arrojó en el mar, mostrando que desde entonces renunciaba la amistad del Imperio.

No había un alma en los campos... Nuestra hermosa Provenza católica otorga los domingos descanso a la tierra... Los perros solos en los hogares, las granjas cerradas... De vez en cuando, una galera de «ordinario» con el toldo chorreando; una vieja, cubierta la cabeza con su mantón de color de hoja seca; mulas engalanadas con guarnición de esparto azul y blanco, madroños rojos, cascabeles de plata, tirando de una carreta en las que las gentes de las masías van a misa; después, allá abajo, por entre los jirones de la bruma, una barca en el río y un pescador de pie, lanzando su esparavel.

Llega al punto fatal, y dos descargas traspasan la galera por ambos lados, pero sin herir a nadie; los soldados se echan sobre ella con los sables desnudos, y en un momento inutilizan los caballos y descuartizan al postillón, correos y asistente. Quiroga entonces asoma la cabeza, y hace por un momento vacilar a aquella turba.

Llega el día, por fin, y la galera se pone en camino. Acompáñale, a más del postillón que va en el tiro, el niño aquel, dos correos que se han reunido por casualidad y el negro que va a caballo.

Palabra del Dia

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