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En Burdeos se hallaban también los famosos hornos de fundición y las forjas que habían dado á sus aceros universal renombre y con los cuales se forjaban las espadas y lanzas mejor templadas. Desde su galeón veía Roger el humo que despedían las altas chimeneas de las fundiciones y la brisa le llevaba de cuando en cuando el toque de los clarines que resonaba en las murallas de la plaza.

En el centro de una ola enorme, á cien varas de distancia, aparecieron las obscuras piedras de un arrecife, cubiertas de espuma. El capitán se lanzó al timón y comenzó á dar voces de mando, los marineros practicaron las maniobras sin perder momento, giró el botalón con prolongado chirrido y el galeón cambió de rumbo, á cortísima distancia de los amenazadores peñascos.

Por dos días navegó el Galeón Amarillo á velas desplegadas, impelido por vientos favorables del nordeste, dejó atrás á Ouessant, punto más occidental de Francia y al tercer día pasó frente á Bella Isla y avistó algunos transportes que regresaban á Inglaterra.

Tendremos que orzar muy pronto y en cuanto lo intente empezará el pobre Galeón á embarcar agua. ¡Que llamen enseguida á Sir Oliver! gritó el barón. Poco después llegaba á popa el obeso caballero, resbalando á cada paso, agarrándose á la borda, á las drizas y á cuanto se le ponía á mano, abotargado el rostro y maldiciendo su suerte.

En el centro una pequeña isla contra la cual se estrellaban furiosas las olas. Entre la isla y el promontorio hay un canal, dijo el capitán; me lo indicó el piloto del príncipe real en persona. Veremos si el Galeón obedece á mi mano, cargado de agua como y sumergido una braza más de lo que debiera.

La muerte de Tito Carleti puso fin á toda resistencia y su galera, cambiando de bordada, se dirigió de nuevo hacia el Galeón, saludada por los gritos de entusiasmo de los soldados. El barón y Sir Oliver no tardaron en reunirse sobre la cubierta del barco inglés, y retirada el ancla que lo aferraba á la galera del normando, se hicieron las tres naves á la vela, á corta distancia una de otra.

Conviene que esos corsarios tomen al Galeón por un barco mercante de Southampton que huye al descubrir sus naves. ¡Allí están! ¿No lo dije yo? exclamó el capitán volviendo apresurado junto al barón después de transmitir su orden.

Por fin el Galeón Amarillo llegó á las rompientes, evitó los obstáculos y en cortos momentos, dejando atrás todo peligro, surcó las tranquilas aguas del Garona. Un viernes por la mañana, el veintinueve de Diciembre, dos días antes del de San Silvestre, ancló el Galeón Amarillo frente á la noble ciudad de Burdeos.

Cuando comencé a escribir, a mi tía Úrsula se le ocurrió dictarme párrafos del gran libro de la familia, y todavía conservo, por casualidad, un pliego en papel de barba, escrito por mi inhábil mano, con letras desiguales, que dice así: «El capitán de barco, Martín Pérez de Irizar, hijo de Rentería, cuando volvía de Cádiz de cargar un galeón de mercaderías, se encontró en alta mar con el corsario francés Juan Florín, cuyo nombre espantaba a cuántos salían al mar.

Al poco tiempo de ser descubiertas las Indias, era la nao la que cruzaba el Atlántico, el pesado galeón, redondo de casco y de velamen, alto de popa, cuyo vientre podía transportar las gentes, bestias y herramientas necesarias para las nuevas tierras.