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Fuerza es, decia, que hayan los hombres estragado algo la naturaleza, porque no naciéron lobos, y se han convertido en lobos. Dios no les dió ni cañones de veinte y quatro, ni bayonetas, y ellos para destruirse han fraguado bayonetas y cañones. Tambien pudiera mentar las quiebras, y la justicia que embarga los bienes de los fallidos para frustrar á los acreedores.

No sólo no cae, por decirlo así, bajo la jurisdicción y poder del diablo mucho de lo deseado por Fausto, pero ni siquiera está comprendido por el espíritu diabólico; porque está en regiones superiores, hasta donde dicho espíritu jamás se encumbra. En el numen, que vive en Fausto, hay una fuerza interior mil veces más pujante que todas las potencias del diablo.

Por otra parte, los volcanes no suelen esperar que les arrojen víctimas: ya saben ellos encontrarlas cuando hienden la tierra, vomitan lagos de lodo, cubren con ceniza provincias enteras y hacen perecer de una vez á toda la población de un país. Bastante es eso para que los adore todo aquel que se incline ante la fuerza. El volcán devora, luego es Dios.

Su cuerpo se tornó flexible como el de una serpiente; sus ojos adquirieron una expresión de alegría pérfida; su mano derecha, que llevaba en el bolsillo, oprimía con toda su fuerza el billete, como si éste fuera su revólver cargado con seis balas o un carnet de policía. No sólo la muchacha, sino muchos otros viajeros comenzaron a desazonarse al mirarle: tan de espía era su apariencia.

Desde que se fue D. Amadeo, ¡y aquel era persona decente!, esto está perdido. Es verdad que se acabó la guerra; pero ¿cómo se acabó? A fuerza de dinero. Esta gente es atroz. Aquí no hay administración, ni se llevan los libros de cuentas del Estado como manda la Teneduría.

Pues mira, Sansón, procura que no te oiga él, el chiquitín ese de los ojillos llorosos, porque sólo entonces conocerías la fuerza de sus puños. Por lo demás, tres meses de plazo te doy para cambiar de opinión. Al capitán Morel sólo le conocen los que lo han visto hilar por lo fino en la guerra. Ya verás, ya verás.

Una que otra vez salía a caballo. Había hablado a su suegro de hacer un viaje por Italia, país que aun no conocía. La fuerza que hacía subir la savia de nuevo a su ser marchito, era un pensamiento dulce, tan dulce como vergonzoso, que ocultaba con cuidado a todo el mundo.

Eso me demuestra continuó Domingo, que lo mismo en bien que en mal me estima usted en lo que valgo. Hay otros dos volúmenes de fuerza semejante a la de este otro. También son míos. Tendría el derecho de negarlo puesto que en ellos no figura mi nombre; pero no sería usted, por cierto, la persona a quien ocultaría yo debilidades que tarde o temprano conocerá usted en totalidad.

Don Santiago, más compasivo, le respondió, descubriendo en su voz y en sus miradas la honda pesadumbre que le afligía: Yo tampoco soy de los que creen que los vicios se heredan como las enfermedades, ni de los que tienen por justo que paguen los hijos inocentes las faltas cometidas por sus padres; pero se dan casos a menudo en que se teme lo peor, como si fuera lo probable, y la necesidad se impone con su fuerza de consideraciones y respetos humanos, y obliga a proceder ajustándose más a las leyes del mundo que a los mandatos del corazón.

Toda la máquina humana funciona con fuerza de buen ó mal grado; digiere, respira. La Naturaleza es exigente y sabe el medio de hacerla andar. Los robustos vegetales que forman una sábana de verdura bajo el influjo de los más fuertes ventarrones marinos, nos hacen asomar la vergüenza al rostro cuando los comparamos con nuestra languidez.