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El mismo año, Marcela, el otro fruto de los amores con Micaela, tomó el velo en las Trinitarias descalzas, profesando en febrero de 1621.

El capitán hizo que se trasportase la criatura á Lorío, donde fué criada por los abuelos, á quienes desde entonces protegió con eficacia si no muy ostensiblemente. Mientras sus hijos legítimos fueron niños, el fruto de su desliz le preocupó poco: lo veía rara vez, porque el amor de ellos llenaba su corazón.

19 Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. 20 No habrá más allí niño de días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años; y al que de cien años pecare, será maldito. 21 Y edificarán casas, y morarán; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas.

Este brazo secular, este permanente Josué con que el Padre Ambrosio soñaba, era el pueblo español y era su soberano: flamante pueblo de Dios y nuevo e inmortal caudillo que la providencia suscitaría a fin de que se cumpliesen sus altos designios, de todo lo cual la lozanía juvenil de todo Portugal, Aragón y Castilla era como signo precursor, era como primavera riquísima en flores, que alegraban el corazón y ya le daban en esperanza segura el venturoso y sazonado fruto.

Y ahora la he hecho venir, y será para destrucción de ciudades fuertes en montones de ruinas. 30 Y lo que hubiere escapado, lo que habrá quedado de la casa de Judá, volverá a echar raíz abajo, y hará fruto arriba. 31 Porque saldrán de Jerusalén remanente, y salvación del monte de Sion; el celo del SE

Absorbe hasta la última gota, y cuando la fuente queda seca, marcha en escuadrón á la descubierta de la cigarra, que ha abierto un segundo manantial, y le roba igualmente el fruto de su trabajo.

A pesar de que aunque no hubiera sido asi, bastaba solamente la posesion del fruto de su casamiento para que hubiese tomado mas incremento su acendrado cariño. No tuvo para sus estados el mejor éxito haber nacido hembra; pero sin embargo, como eran queridos los padres, fue apreciada la hija.

Nunca como aquella tarde, después del larguísimo encierro, sintió de modo tan fuerte la tentación de la mujer. ¿Sería, en verdad, un soplo maldito ese incentivo que llegaba en las ondas del aire, ese almizcle indefinido de la hembra, que hacía temblar a los santos y contra el cual los conventos levantaban sus poderosas murallas sin aberturas? ¿No fue, acaso, el Divino Alfarero quien torneara con visible complacencia las formas de aquella ánfora maravillosa? ¿Cómo podía ser tan grande pecado gustar sus delicias? ¡Ah! ¿por qué tanto miedo y tanta pena? ¿Por qué no gozar de una bella criatura como del fruto de un árbol? ¿Por qué aquellas que le expresaban con cautelosa mirada su deseo no venían a ofrecérsele ingenuamente, una a una, como en los sueños? ¿Por qué tanto pavor entremezclado al más delicioso consuelo del mundo?

Quizá se deba a que la belleza de la mujer tiene ascensos y descensos y momentos de plenitud. De todos modos, voy a permitirme dar a las señoritas un consejo, fruto de mi experiencia. La entrada en un baile tiene singular influencia para el resto de la noche. Es necesario, como vulgarmente se dice, entrar con buen pie. Al efecto, nunca se debe entrar sola en el salón. Ello es de mal agüero.

Y qualquiera que hablâre contra el Hijo del hombre, le šerá perdonado: mas qualquiera que hablare contra el Ešpiritu Sanckto, no le šerá perdonado ni en ešte šiglo ni en el venidero. O hazed el arbol bueno, y šu fruto bueno; o hazed el arbol podrido, y šu fruto podrido: porque del fruto es conocido el arbol.