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Dormía en un rico sepulcro de mármol, brillante y pulido por los años, con un color suave de caramelo. La mano invisible de los siglos había frotado el rostro de la estatua yacente, aplastando la nariz y dando al belicoso cardenal una expresión de ferocidad mongólica. Cuatro leones velaban los restos del prelado. Todo en él era extraordinario y aventurero: hasta la muerte.

El piso era de baldosín, bien lavado y frotado, sin más defensa contra el frío que dos esteritas de junco delante de los dos bancos que ocupaban los testeros principales. Dichos bancos, las sillas y un canapé de patas curvas eran piezas diferentes, y bien se conocía que todo aquel pobre menaje provenía de donativos o limosnas de esta y la otra casa.

Porque Nicolás Rubín no podía dormir si no le ponían delante a punto de las once una ensalada de lechuga o escarola, según el tiempo, bien aliñada, bien meneada, con el indispensable ajito frotado en la ensaladera, y la golosina del apio en su tiempo.

Entonces, ¿por qué desde el último naufragio, ya sabes, aquel lugre que se estrelló contra la costa, atraído por nuestras señales engañadoras... por qué tengo una fiebre ardiente y pesadillas espantosas? En vano he bebido tres veces, a media noche, el agua de la fuente de Krinoëck; en vano me he frotado con la grasa de una gaviota sacrificada en viernes; nada, nada, me ha calmado.

El más pequeño de los niños chocó contra la diestra del torero un hocico rojo, recién frotado por la madre con motivo de la visita. Gallardo le acarició la cabeza con distracción. Uno de los muchos ahijados que tenía en España. Los entusiastas le obligaban a ser padrino de pila de sus hijos, creyendo asegurar de este modo su porvenir.

A casi nadie se le mostraba; pero ella, que tenía muy rara condición y muy contrarias propensiones en el espíritu activo e infatigable, tal vez después de trotar y galopar y dar saltos peligrosos en su caballo negro, durante dos o tres horas; tal vez después de haber limpiado, bañado y frotado con complacencia su hermoso cuerpo, que del valiente ejercicio había vuelto cubierto de sudor; rebosando ella salud, en todo el brío de la mocedad y en todo el florecimiento de la belleza plástica, se sentía llena de ímpetus ascéticos, y abriendo su cuadro, le contemplaba largo tiempo, y las lágrimas acudían a sus ojos, y acudían a sus rojos labios plegarias inefables que ella murmuraba y apenas articulaba.

Canterac reía de él por lo bajo, afirmando que había frotado largamente sus sortijas, su cadena de reloj y hasta los gemelos de sus puños, antes de salir del bengalow, para deslumbrarlos á todos con su brillo. Una noche se presentó Pirovani vistiendo un traje de colores detonantes que acababa de recibir de Bahía Blanca, y con un manojo de rosas enormes.

El grumete Grano de Sal, después de haberse frotado de alquitrán de los pies a la cabeza, había encontrado conveniente revolcarse sobre un saco de plumas, de modo que, al salir de allí, parecía un volátil de dos pies, sin alas.