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Actualizado: 25 de junio de 2025


Frisaba en los cuarenta años y parecía tener sesenta, con su barba gris de patriarca, la melena casi blanca y las arrugas de su frente de pensador: diríase un hombre combatido por las adversidades, un inválido del trabajo, un paria de la suerte, todo menos el prototipo del holgazán. Era digno, a su manera.

El taller entero tenía entrañas maternales para aquellos niños y su valerosa hermana, afirmando que sólo la Virgen era capaz de infundirle los ánimos con que trabajaba, sostenía las criaturas, y vivía alegre y contenta como un cuco. Del casco mismo de Marineda procedía la otra amiga de Amparo: aunque frisaba en los treinta, su menudo cuerpo la hacía parecer mucho más joven.

Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.

No se trataba, después de todo, de un cadete inexperto. Era un comandante que frisaba en los cuarenta, cuando no los hubiera cumplido ya, hombre, al parecer, avezado al trato de mujeres y muy metido en sociedad. La plática le embriagaba.

Usted trabaja demasiado, padre dijo Marcelina, una joven soltera que, al decir de la gente, frisaba ya en los cuarenta, fea, apergaminada, muy habilidosa de manos y no poco también de lengua. ¡Tantas horas de confesonario!... ¡Y luego los enfermos!... Sin contar las horas que pasa de rodillas en oración... apuntó con timidez Obdulia. Después de soltar la frase se puso colorada.

Doña Gertrudis, esposa del señor don Mariano de Elorza, dueño de la casa en que nos hallamos, está sentada, o por mejor decir, recostada en un sillón al lado de Isidorito. Aunque no pasaba de cuarenta y cinco años de edad, representaba casi tantos como su marido, que frisaba ya en los sesenta.

Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana.

Don Juan de Villegas era un vizcaíno que frisaba en los treinta y cinco años, y que llegó a Lima en 1674 nombrado para un empleo de sesenta duros al mes, renta asaz mezquina aun para el puchero de una mujer y cuatro hijos, que comían más que un cáncer en el estómago.

Echó pie a tierra, se despidió afectuosamente de Celesto, y abrazado de su tío y escoltado por el ama, subió la tortuosa escalera de la rectoral. El cura de Riofrío frisaba en los sesenta años.

Tiene usted razón; no hay nada más estúpido que fiscalizar el trabajo de los artistas. Alegrémonos del resultado de sus esfuerzos cuando nos lo ofrecen y no les persigamos con nuestras prisas. La de Peñarrubia frisaba ya, como sabemos, en los cuarenta. Fisonomía bastante ajada, aunque no desprovista de belleza; pintado el rostro y teñidos de rubio los cabellos.

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