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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Catalina, de pie en el filo de la peña, reía con risa estridente que no tenía fin. Y los demás, aquellos hombres que parecían fantasmas, como animados de una vida nueva, se precipitaron sobre las ruinas del viejo burgo gritando: ¡A muerte! ¡A muerte!... ¡Aplastémosles como en el Blutfeld! Nunca se vio una escena más terrible.

Cruzáronse los terribles aceros; daba don Pedro unos mandobles que habrían hendido en dos mitades al Sr. Poenco, si este con prudencia suma no se retirara dando saltos hacia atrás. Los presentes aguantaban con gran trabajo la risa, porque el desafío era una especie de baile, en el cual veíase a don Pedro saltando de aquí para allí para atrapar bajo el filo de su espada al supuesto lord Gray.

La duquesa dijo con voz desfallecida que ella había visto en Londres, en la galería de madame Toussaud, la guillotina misma en que murió Luis XVI. La señora de López Moreno se llevó la mano a su gordo pescuezo, como si ya sintiese allí el filo de la fatal cuchilla.

Su boca pálida acabó por pegarse á la del náufrago con un beso imperioso. Y el agua de esta boca, subiendo al filo de los dientes, se desbordó en la suya con una inundación salada, interminable... Sintió hincharse su interior, como si toda la vida de la blanca aparición se liquidase, pasando á su cuerpo á través del beso impelente. Ya no podía ver, ya no podía hablar.

Sigue explicando Cortés que la línea norte-sur se señala en la parte opuesta para asentar los fierros ó aceros. «Para estos se ha de tomar un filo tan grueso como una alfiler gordo; se ha de doblar de modo que cada una de las partes sea tan luenga como el diámetro de la brújula y más la cuarta parte.

Algo nuevo había ocurrido en torno de él mientras con el pecho en el filo de la mesa y los ojos sobre los papeles huía lejos, muy lejos, acompañado en esta fuga ideal por el leve crujido de la pluma.

Con amorosa suavidad sacó de su cintura un cuchillo inglés adquirido en la época en que era patrón de barca: una hoja brillante que reproducía los rostros que la contemplaban, con punta aguda de estilete y filo de navaja de afeitar.

Se miró al espejo. «Aquello ya era un hombre». La Regenta nunca le había visto así. «En el armario había un cuchillo de montaña». Lo buscó, lo encontró y lo colgó del cinto de cuero negro. La hoja relucía, el filo señalado por rayos luminosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encontraba una música al filo insinuante.

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