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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Pero, en medio de los aplausos, no faltaron cortesanos y damas que en voz baja hablasen de un sujeto cuya ausencia no extrañaban aunque hacían sobre ella comentarios, tal vez piadosos, tal vez malignos. Era este sujeto el trovador Bernardín Riveiro, estimado como nuevo Macías. Nadie ignoraba su audacia, su fervoroso amor a doña Beatriz.
Pero si el fervoroso amor al servicio del Rey y á nuestra nacion y deseo de trabajar, ha sido la causa de excederme, espero de la benignidad de Vd., respecto á que sabe y tiene experimentado mi procedimiento, modo de pensar y amor al trabajo, separará todo lo superfluo de este informe, ó lo olvidará todo junto, sino tuviere nada útil, á fin de que mi ignorancia se quede en el seno del olvido.
Por grande, por fervoroso que sea tu celo, es imposible que te ofusque hasta no dejarte comprender esto. Lo absurdo, lo inconcebible, es que me propongas que asista impávido a presenciar la vida que hacíais antes de mi llegada. ¡Ni un mal rosario había en la casa! Y vivíamos tan ricamente. Yo no puedo autorizar eso ni tolerar tus impiedades. Pues yo no quiero consentir lo otro.
El recluta siente en el occipucio los ojos de las alcarreñas que le excitan a mostrarse cada vez más agudo y espiritual, y éstas advierten con inocente alegría que aquel derroche de gracia y de ingenio no es otra cosa que un fervoroso homenaje de adoración que el gentil recluta les dedica.
Maltrana el altivo, el hombre superior, cuya palabra era un hachazo; el fervoroso creyente de la alegría de la vida y su refinado helenismo, sintió que sus piernas flaqueaban, y se apoyó en un árbol. No podía más: era un vencido. Confesaba su cobardía, cayendo anonadado bajo el zarpazo de la Suerte. ¡Pobrecillo!
En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque del Estado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos, espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad, como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y de cuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda, los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por la última leva.
La Condesa de Astorgüela, deseosa de proteger a Tirso, o acaso con ulteriores miras, hizo que las Hijas de la Salve le emplearan, confiándole en compañía de otros sacerdotes la misión de dirigir las prácticas piadosas y explicar la doctrina a las hermanas que formaban la Limosna de la luz. ¿A quién podían elegir sino al ministro de Dios que recientemente dio en el púlpito tan brava muestra de fervoroso celo?
Todos asistían con profunda devoción y recogimiento a la misa. El joven cortesano, no muy fervoroso, paseó una y otra vez su mirada distraída por el concurso, ahora fijándose en una mujer que pellizcaba a su hijo para que se estuviese atento, después en un anciano que rezaba con los brazos en cruz, más tarde en unos niños que se entretenían en meter la cabeza por el enrejado del altar.
En su gabinete, a las horas que tenía libres, seguía rindiéndole el mismo culto fervoroso y humilde. Miguel había hecho poco caso hasta entonces de aquellas aficiones. Mas un día, al pasar por delante del cuarto de su amigo, viendo por la puerta, que se hallaba entreabierta, una figura tapada con un lienzo, se decidió a entrar. Levantó la tela y quedó gratamente sorprendido.
Dos mocetones, armados de escopetas, abrían la marcha haciendo fuego, y un ciego gaitero acompañaba con su ronco instrumento al señor cura en sus cánticos, á los que contestaba todo el pueblo, de vez en cuando con un fervoroso «ora pro nobis».
Palabra del Dia
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