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Actualizado: 18 de junio de 2025
¡Había visto ella tanto de eso!... La ocasión, por otra parte, no podía ser más oportuna: Fernandito había llegado al estado de imbecilidad completa que traen consigo los reblandecimientos cerebrales, y preciso era llevarlo a París a que alguna notabilidad médica intentase el verdadero milagro de despertar un chispazo de inteligencia en aquel meollo huero, que jamás había dado luz alguna.
¡Mía!... ¡Mía!... balbuceó Villamelón; y comprendiendo que con esto soltaba el trueno gordo, pidió a la tierra que se lo tragase. Mas la tierra no tuvo por conveniente darle gusto. Currita avanzó otros dos menudos pasitos, y suavizando más y más su acento, mientras más y más se encolerizaba, añadió: ¿Pero tú le has escrito, Fernandito?... Villamelón bajó la cabeza anonadado.
Bien, hija, descuida, así se hará... ¿Dices que se llama Benito? ¡Dale con Benito!... Se llama Jacobo, y es un muchacho distinguidísimo, a quien quiero que consideres como mi primo que es. Currita disertó un momento sobre el amor de la familia y el imperioso deber que tiene todo ciudadano de estrechar estos lazos venerandos, y dejando ya convencido a Fernandito, marchó a reunirse con la duquesa.
Hízola sentar Butrón junto a sí, al lado de la marquesa; y ella, con los claros ojos fijos en el gran duque Alejo, que, sombreado por una telaraña, tenía delante, comenzó a lamentarse, con frases muy pulcras, del entripado de Fernandito... Casi, casi había estado a punto de no venir, por miedo de dejarlo solo; pero las noticias que le había dado Butrón eran tan graves, tan lisonjeras, que acabó al fin por decidirse.
Todos corrieron a su encuentro, y Jacobo el primero; mas antes, deteniéndole Currita por el brazo, con familiaridad de prima cuarta de su esposa legítima, le dijo: ¿Nos veremos, Jacobo?... Quiero presentarte a Fernandito... Vivimos en el segundo piso, número 120. La duquesa se inclinó al oído de Leopoldina, diciendo: ¿Oyes?... Quiere presentarlo a Fernandito.
Mira, Fernandito, vida mía; te he dicho que no hables en ninguna parte... Eso no es cuestión de clima. ¿Te enteras?... De modo que mañana vuelves al colegio y le dices a ese señor rector, de mi parte, que yo no permito que Paquito comulgue sin estar convenientemente preparado... ¡He dicho!
El marqués y la marquesa de Butrón salieron a su encuentro, y mientras Fernandito les presentaba al adorado amigo, decía Currita con su encantadora vocecita de niña tímida: ¡Es un pícaro, Butrón, un pícaro!... No diré yo que sea un converso, pero es un catecúmeno que por primera vez se pone hoy nuestra enseña.
Quejábase con harta razón Fernandito de su falta de memoria, síntoma fatal a veces de los reblandecimientos cerebrales. Mas Diógenes, que no perdonaba ocasión de descargar su terrible mandoble, púsose a recitar como si leyera en el periódico: Hablando de cierta historia, A un necio se preguntó: ¿Te acuerdas tú? Y respondió: Esperen que haga memoria.
¡Jesús, hija, qué mal olor! exclamó deteniéndose a la entrada . ¿Qué has quemado?... Si huele aquí a infierno... Currita se puso muy seria, muy enfadada, y hasta un poco pálida. Mira, Fernandito, no digas tonterías... No me gustan bromas con las cosas del otro mundo. Y como si fuese cosa de él, volvió a lanzar otra mirada furtiva y medrosa a la imponente cabeza de fray Alonso.
Nadie dijo una palabra, nadie hizo un comentario... En el embarazoso silencio que deja al descubierto las grandes vergüenzas, oyóse tan sólo la suave vocecita de la Albornoz, que decía algún tanto temblorosa: ¿Mademoiselle de Sirop?... ¡Qué delicia!... ¿Si será prima del jarabe Henry Mure que han recetado a Fernandito?...
Palabra del Dia
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