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Pelirroja y pecosa, descarnada y puntiaguda de hocico, llamábanle en el taller la Comadreja, mote felicísimo que da exacta idea de su figura y ademanes. Bien sabía ella lo del apodo; pero ya se guardarían de repetírselo en su cara, o si no.... Ana tenía por verdadero nombre, y a pesar de su delgadez y pequeñez, era una fierecilla a quien nadie osaba irritar.

Ya anochecía cuando escribió una carta a don Benigno Cordero, manifestándole lo que más adelante sabrá el curioso lector. Esta carta la dejó en poder de D. Felicísimo, previa formal promesa de entregarla a Cordero, que vendría pronto de los Cigarrales y se encontraría en su casa de la subida a Santa Cruz. Despidiose del anciano y partió aquella misma noche.

Llega Cipión a África, tropieza en saltando en tierra, tiénenlo por mal agüero sus soldados; pero él, abrazándose con el suelo, dijo: ''No te me podrás huir, África, porque te tengo asida y entre mis brazos''. Así que, Sancho, el haber encontrado con estas imágines ha sido para felicísimo acontecimiento.

Tales palabras, y cuanto pasaba aquel día le hacían felicísimo; pero en lo profundo de su alma sentía una extraña inquietud, como si se hubiera olvidado de algo muy grave y no pudiera recordarlo, a pesar de todos sus esfuerzos. En su ir y venir incansable se detenía a veces y se rascaba, con aire preocupado, la frente. Con frecuencia le pedía órdenes a la enfermera.

Por fin Carlos rompió el silencio diciendo: No podía desairar a D. Felicísimo... por eso te he recibido, exponiéndome a las consecuencias de este mal rato. Ya sabes que estoy enfermo y el médico dice que no debo incomodarme. Eso depende de ti. Yo vengo con bandera de paz y decidido a no incomodarme. Has hecho bien en recibirme.

Pocos días después hallábase instalado en habitación propia que alquiló en la calle del Duque de Alba, no lejos de D. Felicísimo Carnicero, de felicísima recordación. En Madrid no encontró novedad alguna, pues no merece tal nombre el furor con que todo el mundo fraguaba levantamiento s y sediciones.

Todo, no obstante, era silencio. Pero a D. Felicísimo se lo antojó que oía fuertes golpes en la puerta de su casa. «¡Quiéngritó tres veces poniendo entre cada grito larga pausa de espera. Mas un silencio lúgubre seguía reinando en la mansión desierta. De improviso sintiose por el techo como un aluvión de pisadas tenues, pero en tal número que formaban imponente estrépito.