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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Miguel Fedor tenía con él las mayores atenciones, como si fuese el único invitado. Toledo, conocedor de todos los amigos de la casa, no logró dar un nombre á este cosaco rústico que parecía llegar de una guarnición remota de Siberia.

Arriba no había más oyente que Miguel Fedor, lejos de los músicos, de espaldas á ellos, mirando á sus pies las aguas espumosas y partidas que escapaban como un doble río á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, que hacía surgir por un momento de la sombra, coloreado de rojo, su rostro pensativo. El yate guardaba otra corporación más silenciosa.

Miguel Fedor cortaba algunos años sus viajes, durante el verano, para instalarse en las playas de moda. Las mujeres de las largas travesías quedaban á bordo con todas los comodidades y despilfarros á que estaban acostumbradas. Otras veces las despedía como se licencia á una tripulación al desarmar un buque, finalizada su campaña.

Se consideraba ya de otro mundo; sentía interiormente el mismo cambio que su general. Cuando Miguel Fedor sació su primer entusiasmo por las corridas de toros, continuaron el viaje á través de Europa, hasta llegar á Rusia, mucho después de las numerosas cartas de presentación dirigidas por la Lubimoff á sus parientes.

Consideró preferible aguardarla fuera de la iglesia, con la ventaja de la sorpresa, sin dejarla tiempo para que inventase razones justificantes de su conducta. Empezaba á anochecer cuando salió Alicia, encontrándose con Miguel Fedor que le cerraba el paso. Ni el más leve estremecimiento que delatase asombro. ¡! dijo simplemente.

Miguel Fedor encontró dos veces á Alicia en el palacio Lubimoff. Ella no sentía el miedo de su madre, y hasta consideraba muy originales é interesantes las manías de la princesa. Cuando la visitaba, en tardes de aburrimiento, parecía creer en su velador y en sus protegidos de gestos misteriosos.

Y se aleja para buscar á Castro, mientras Miguel Fedor vuelve á quedar inmóvil en su asiento, sin comprender nada. Lo vió de pie ante su velador, con cierto apresuramiento en sus gestos y ademanes, como un hombre que arrostra una situación penosa y quiere salir de ella cuanto antes.

Es un comediante dijo al recibir la noticia de la guerra , un comediante que al sentirse viejo va á hacer llorar al mundo... ¡Y que la suerte de los hombres dependa de él!... Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres. Lamentó la guerra como algo terrible para los demás, pero que no podía influir en su propia suerte.

Pero no sentía rencor por ellas, viendo que «Su Alteza» las celebraba mucho. ¡Hermoso corazón! decía al hablar de Castro . Ha llevado una vida poco ejemplar, es un terrible jugador... pero un caballero, ¡lo que se llama un caballero! Miguel Fedor definía de otro modo á su pariente: Tiene todos los vicios y ningún defecto.

Permitió que se llamase Miguel, como su padre, pero impuso el segundo nombre de Fedor, tal vez en memoria de Dostoiewsky, su novelista favorito, cuyos personajes contradictorios le inspiraban una simpatía de parentesco.

Palabra del Dia

hociquea

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