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Don Federico, ¿sabe usted otra que dice y que se cree como artículo de fe?, que las culebras no se mueren nunca. Pues ya se ve que las culebras no se mueren nunca repuso el pastor . Cuando ven que la muerte se les acerca, sueltan el pellejo y arrancan a correr. Con los años se hacen serpientes; entonces, poco a poco, van criando escamas y alas, hasta que se hacen dragones y se vuelan al desierto.

«Después de mi último envío de dinero, ya no qué hacer. ¡Si vieses, Federico, qué aspecto tiene ahora la casa en que naciste!

¿Qué tontería es esa, muchacha? dijo el General. El Rey está en el castillo, herido. A que no. Herido , pero está allí, con el conde Federico, y no en el castillo insistió la moza. ¿Está en dos lugares a la vez, o es que hay dos Reyes? preguntó Flavia sorprendida. ¿Cómo sabes que está allí?

¡Héctor! ¡Era mi padre! exclamó la joven arrojándose a sus rodillas . Ahora comprendo los secretos que me rodeaban. ¡Oh, que Dios sea bendecido! ¡He sufrido, he sufrido mucho; pero la recompensa es más grande que los dolores soportados! Federico seguía junto a la joven, con la sonrisa de felicidad y la admiración en el rostro.

Montó atropelladamente el jinete, pateó luchando el solípedo, apartáronse con precipitación los espectadores y volaron sacudidas en círculo las herraduras, retemblando la tierra a los saltos del animal. Por último, sonaron las espuelas y partió Jovita. Federico, en las tinieblas, gritó: ¡Bien va!

Al volver no tomes el camino de abajo, a no ser que apremie el tiempo. ¡No la detengas al bajar la cuesta! A las seis te esperamos en el vado. En marcha. ¡Hop! ¡Adelante! Y chispearon las piedras, crujió ruidosamente la grava del camino y Federico se hundió en la oscuridad.

No te levantes prosiguió, cuando el viejo hizo un movimiento para librar su manga de la mano de Juanito. No hagas cumplidos. Puedes quedarte ahí donde estás; me voy al instante. Ya están aquí. Llamaron suavemente a la puerta. Federico Bullen abriola, con un ademán se despidió del viejo y desapareció.

Está bien, mujer. En dos minutos me pongo la blusa y estoy listo. La señora va a casa de Federico Bergams. Eso te parecerá raro, ¿verdad? Nada de eso. Poco me importa donde me mande la condesa respondió el guardabosque, listo para partir. Un momento dijo Catalina . El mensaje que la señora va a cumplir, es un secreto.

Presentose en aquellos días al simpático joven la coyuntura de hacer su primer viaje a París, adonde iban Villalonga y Federico Ruiz comisionados por el Gobierno, el uno a comprar máquinas de agricultura, el otro a adquirir aparatos de astronomía.

¡Señor!, ¿y por qué se ha de descorazonar usted de esta manera? Acuérdese usted del santo de su nombre, que se hundió en la mar cuando le faltó la fe que le sostenía. Le digo a usted que con el favor de Dios, don Federico curará a la niña en un decir Jesús. El tío Pedro meneó tristemente la cabeza.