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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fue aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba a Torresalinas, filtrándose en todas las casas.

Halláronle, al fin no sin trabajo, y tomaron posesión de él, arrojando sus fardos en los almohadones.

No les quedaba otra cosa que los fardos que estaban en el suelo, la ropa usada, las herramientas: lo único que les habían permitido sacar de su casa. Y las palabras eran entrecortadas por los sollozos, y volvían á abrazarse el padre y las hijas, y Pepeta, la dueña de la barraca, y otras mujeres lloraban y repetían las maldiciones contra el viejo avaro, hasta que Pimentó intervino oportunamente.

Y reanudaba su vida monótona, paseando por la cubierta del buque, vacío y muerto, sin saber qué hacer, desesperándose á la vista de los otros vapores, que movían sus antenas de carga, tragándose cajas y fardos, y empezaban á lanzar por sus chimeneas el humo anunciador de su próximo viaje. Sufría remordimientos al calcular lo que podía haber ganado el buque de hallarse navegando.

El alcalde intervino paternalmente. Hombre, es demasiado dijo al patrón. Todo se lo llevan y los carabineros se quejarán. Dejad al menos algunos bultos para justificar la aprehensión. Nuestro amo estaba conforme. Bueno; haced unos cuantos bultos con dos fardos de la peor picadura. Que se contenten con eso. Y se alejó hacia el pueblo, llevándose en el pecho toda la documentación de la barca.

El compañero de la pierna rota era llevado en alto por su mujer y su madre. El pobrecillo gemía de dolor a cada movimiento brusco, pero se tragaba las lágrimas y reía también como los otros, viendo que el cargamento se salvaba y pensando en aquel chasco que hacía reír a todos. Cuando los últimos fardos se perdieron en las calles de Torresalinas, comenzó la rapiña de la barca.

Los libreros, que nunca habían querido vender sus pesados volúmenes sobre problemas filológicos é históricos, le pedían ahora que los enviase en grandes fardos, aprovechando la primera máquina voladora que saliese para el lugar de su establecimiento.

Montó en su cabalgadura, siempre con la carabina en la diestra, y uniéndose á su camarada fueron á situarse los dos junto á la tropilla de caballos, dispuestos á defender hasta la muerte las cargas de sacos y fardos que representaban la fortuna de la comunidad. Rojas pareció olvidarlos, acercándose á Watson para preguntarle con ingenua emoción: ¿Qué le pasa, gringuito?... ¿Le han matado?

En una de sus expediciones infructuosas, cuando sentía mayor desaliento, una noticia inesperada cambió su situación. Acababan de llegar á Tenerife con maíz de la Argentina y fardos de alfalfa seca. Tòni volvió á bordo después de haber legalizado los papeles del buque. ¡La guèrra, che! gritó en valenciano, la lengua de su intimidad.

Unas llevaban sobre la cabeza la cesta llena de carbón; otras descargaban los fardos del bacalao, apilando en gigantescas masas el alimento del pobre que había de ser consumido en el interior de la península.

Palabra del Dia

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