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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Duró la batalla casi media hora; saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salió por la puerta afuera, sin decir palabra a don Quijote, el cual, doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto.
-Dichosa buscada y dichoso hallazgo -dijo a esta sazón Sancho Panza-, y más si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice; que sí matará si él le encuentra, si ya no fuese fantasma, que contra las fantasmas no tiene mi señor poder alguno.
Recogí las llaves de este zaquizamí, e vedme aquí sola e sin mancilla, que las fembras de pro no temen trasgos ni fantasmas. Ya que por vuestro mandato he de parlar canto llano, vos diré, señora, que esta merced que de vos recibo la acojo con más gratitud de vuestra pudicicia, cuanto hasta ahora no vos merecí que crueldades y sofrenadas.
Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto acostumbrado a las largas marchas y al fastidio de las soledades, había procurado distraerse durante el día, ora cazando al paso, ora cantando, y no pocas veces hablando a solas, como si hubiese evocado los fantasmas de sus camaradas del regimiento.
Sí, el destino, pensaba el Magistral, no quería decirse a sí mismo la Providencia; nada de teología, nada de quebraderos de cabeza que habían hecho de su adolescencia y primera juventud un desierto estéril por donde sólo pasaban fantasmas, aprensiones de loco, figuras apocalípticas. Bastaba para siempre de todo aquello.
Todas las personas eran para él fantasmas, y las malas pasiones una ilusión. No había mas que dos realidades: él y lo que le esperaba. Se vistió, después del almuerzo, con unas precauciones que le hicieron sonreir por su minuciosidad absurda. Hasta cambió de corbata, buscando otra de colores más apagados.
"Solamente podemos ver fuera lo que tenemos dentro", dice Emerson; cuando estamos llenos de rencor, de iniquidad o de imbecilidad, en todas partes los encontramos; cuando estamos llenos de diablos y fantasmas, los vemos y los sentimos en todas partes, porque a todas partes los llevamos.
Lo que el cristianismo tiene de salvaje y de insuperablemente bárbaro, lo que ha hecho algunas veces a los hombres más crueles y más desgraciados que los mismos animales salvajes, es la concepción del infierno con los tormentos eternos del diablo, con las brujas, los duendes, los fantasmas, etc., etcétera.
Y mientras que, semejantes a fantasmas, estas espesas nubes avanzaban lentamente, de improviso apareció Yégof gritando con voz seca: ¡Por fin estáis aquí! ¡Ya me habéis oído!
Creyó oír una voz, la de algunos de aquellos fantasmas negros que, sable en mano o disparando tiros, pasaban ante sus ojos espantados que todo lo veían envuelto en densa niebla. Déjale: ¿no ves que es un señorito?... Por primera vez en su vida se dio cuenta de las ventajas y privilegios de aquel traje que era para él un uniforme de miseria.
Palabra del Dia
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