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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Todo esto resultaba ridículo, bien lo sabía él; mejor era presentarse sin disfraz, con toda su pequeñez. Reconocía que era imposible aquella lucha para igualarse con los mil fantasmas que llenaban la memoria de Leonora; ¡pero qué no haría él por despertar aquel corazón por ser amado un momento, un día nada más, y después morir!

En su terror, jamás pensaba, como sus compañeras, en muertos, ni en brujas y fantasmas. Los que la inquietaban eran los vivos.

Cuando así le vio don Quijote, le dijo: -Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo?

¡Ella duerme! ¡Oh! puede que su sueño sea tan profundo como durable!; ¡que el cielo la tenga en su santa guardia! ¡Que esta cámara sea transformada en una más melancólica y yo rogaré a Dios que la deje dormir para siempre, los ojos cerrados, mientras que a su alrededor errarán los fantasmas de oscuros velos!

Aunque con poco aprovechamiento en la virtud, aunque nunca libre mi espíritu de los fantasmas de la imaginación, aunque no exento en el hombre interior de las impresiones exteriores y del fatigoso método discursivo, aunque incapaz de reconcentrarme por un esfuerzo de amor en el centro mismo de la simple inteligencia, en el ápice de la mente, para ver allí la verdad y la bondad, desnudas de imágenes y de formas, aseguro a Vd. que tengo miedo del modo de orar imaginario, propio de un hombre corporal y tan poco aprovechado como yo soy.

Habíanse apagado las luces del combés para evitar que algún curioso pudiese ver la ceremonia desde las cubiertas del castillo central. Estaban en la obscuridad, silenciosos, encogidos, lo mismo que si preparasen un crimen. Eran fantasmas negros en torno de un cajón blanco inclinado hacia el mar. No teman más luz que la de las estrellas.

Miro cruzar por el aire Mil fantasmas vagarosas, Cual las sombras vaporosas Que en sueños vemos pasar, Y por la mente, alumbrada Con el reflejo del alma, Las miro en plácida calma Lijeras atravesar.

Acaso el Padre Ambrosio había evocado y atraído a dos espíritus, que habían tomado la apariencia del fraile y del lego. Acaso, sin evocar espíritu alguno, aquel gran mago había creado dos fantasmas que reemplazasen en el claustro a los dos ausentes. Ello es que nadie los echó de menos.

El castellano del Real Felipe, que no tragaba rueda, de molino ni se asustaba con duendes ni demonios coronados, dióse a cavilar en los fantasmas, y entre ceja y ceja se le encajó la idea de que aquello trascendía de a legua a embuchado revolucionario.

Esos amores habían muerto, totalmente, pero no por eso les negaba la fuerza que habían ejercido sobre él, ni tampoco le parecía que ahora desaparecieran ante esa ley natural que hace que los recuerdos tengan vida más débil e importen menos cuanto más gratas sean las impresiones actuales: la nueva aparición triunfaba enteramente por su propia virtud, desterraba todos los fantasmas o imágenes de lo pasado con la pureza de su luz.

Palabra del Dia

mármor

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