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Actualizado: 31 de mayo de 2025


El señor López ofreció su faetón a «las magistradas ». Irían todos apretados, pero esto entraba en la fiesta. En cuanto al señor Cuadros, sacó de la cuadra del hotel su carruajillo, del que estaba orgulloso, y amontonó en él la esposa, el hijo y las dos criadas. ¡Buenas noches...! ¡Hasta mañana...! ¡Descansar...! ¡Arre, valiente!

El coche era un faetón tirado por seis mulas rojas que habían sido adquiridas por don Germán en diversas ferias de España. No poco trabajo y dinero le había costado juntarlas tan iguales. Pero ahora este soberbio tiro causaba la admiración de los transeúntes, cuando enjaezado a la calesera con madroños verdes entraba por las calles de Madrid.

Conque no tuerzas el gesto, niñito mío; quedamos en que serán dieciséis mil.... ¡Ay, qué peso me has quitado de encima...! Había abandonado la mesa la familia y aún duraban los elogios a Visanteta por el mérito de la paella que les había servido, cuando comenzaron a llegar los amigos. Mamá gritaba Amparito desde la puerta de la calle , las de López, que vienen en su faetón. ¡Calle!

Heinecken, el niño de la antigua ciudad de Lubeck, aprendió de memoria casi toda la Biblia cuando tenía dos años; a los tres años, hablaba latín y francés; a los cuatro ya lo tenían estudiando la historia de la iglesia cristiana, y murió a los cinco. De esa pobre criatura puede decirse lo de Bacon: «El carro de Faetón no anduvo másque un día

Juan solía tener por temporadas un faetón o un tílburi, que guiaba muy bien, y también tenía caballo de silla; mas le picaba tanto la comezón de la variedad que a poco de montar un caballo, ya empezaba a encontrarle defectos y quería venderlo para comprar otro.

Complacíanse en verle montar a caballo, guiar un faetón, alternar con los jóvenes de la aristocracia, y se engreían infinitamente cuando oían hablar de su elegancia, de sus queridas, de los triunfos que obtenía en sociedad. Aquellos dos pobres hombres, encerrados en su oscura tienda, haciendo números y midiendo telas todo el día, no tenían con los goces de la existencia otro contacto.

El lujoso faetón les espera, y se dirigen a Palermo, soñando que al siguiente día andarán con el oro a paletadas. La cara que ellos llevan, iluminada por la esperanza que la inconsciencia de la edad alimenta, no la muestran todos los que en la Bolsa han entrado.

Además, ninguno de nosotros tiene nada que ver en que ellos anden como el perro y el gato. Cambiando de conversación, preguntó: ¿Vas a Palermo? , iremos; a las cuatro viene el faetón. Bueno; ya que te empeñas...

El otro día le he visto por la calle de Alcalá enganchado al faetón. Bien de mundo se paraba a mirarlo. Hablaron un rato de los caballos que el duque le había comprado. Este ponía tachas a todos. Fayolle los defendía con entusiasmo de aficionado y de comerciante. En un momento de pausa dijo sacando el reloj: No quiero molestarle más.... Venía a cobrar la cuentesita última.

Palabra del Dia

vorsado

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