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Echados en el lodo, nos atamos a los pies, unos a otros, las suelas de madera; luego, nos levantamos los tres, y comenzamos a andar en fila, agarrados. El olor de aquella masa fétida de cieno nos mareaba. Hubo momentos en que nos hundimos en agujeros viscosos y blandos; y cayendo y levantándonos, con barro hasta la coronilla, llegamos a tocar tierra firme en una punta arenosa.

Los mancebos que trabajaban detrás del mostrador, el uno triturando cierta sustancia fétida, y el otro copiando una receta, se miraron, se hicieron una seña de inteligencia, que no pasó inadvertida para , y de buenas a primeras me preguntaron por qué causa me «había despedido» el jurisconsulto.

No lejos de la majestuosa fábrica, cuyos monstruos de hierro han costado tanto; no lejos de esa magnífica residencia señorial, rodeada de hermosos árboles exóticos, importados con grandes gastos del Himalaya, del Japón y de California, pequeñitas casas de ladrillo, ennegrecido por la hulla, se alínean en medio de un espacio lleno de amontonamientos antiestéticos y de charcas de agua fétida.

Era horriblemente fea, andrajosa, fétida, y al cantar parecía que se le salían del casco los ojos cuajados y reventones, como los de un pez muerto. Tenía la cara llena de cicatrices de viruelas.

Abríanse las puertas, arrojando la fétida atmósfera de la noche, y las escobas arañaban las aceras, lanzando nubecillas de polvo en los rayos oblicuos de aquel sol rojo, que asomaba al extremo de las calles como por una brecha.

La tumefaccion del pabellon de la oreja con calor quemante, zumbido y ruido batiente, con otorrea fétida, exigen tambien el causticum. La sepia no es tan eficaz como aquel en la otorrea escrofulosa complicada con dartros. La epistaxis ligera, la pérdida del olfato, el flujo de mucosidades fétidas por la nariz y el coriza fluente con bronquitis, son propios de causticum.

El concejal de oficio estaba tan excitado, que la contracción de su hocico se acentuaba, como si el olor aquel imaginario fuera el de la aza fétida. Zalamero, que iba a Gobernación, quiso llevarse al Delfín; pero este, a quien su mujer tenía cogido del brazo, se negó a salir... «Mi mujer no me deja». Mi tocaya dijo Villalonga , se está volviendo muy anticonstitucional.

En fin, después de pensar en todo esto, y cuando la metieron en una gran sala, ahogada y fétida, donde había ya como un medio centenar de ancianos de ambos sexos, concluyó por echarse en los brazos amorosos de la resignación, diciéndose: «Sea lo que Dios quiera.

Nos alojamos en una fétida barraca titulada: «Hospedería de la Consolación Terrestre». Me fué reservado el cuarto noble, el principal, que se abría sobre una galería formada por estacas. Estaba ornado de dragones de papel recortado, sujetos por cordeles de los travesaños del techo.