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A sus espaldas hablaba la pareja en un idioma incomprensible, sin prestarle atención, sin agradecer sus eruditas explicaciones. ¡Extranjeros ignorantes!... Y ya no dijo más. Se replegó en un silencio ofendido, aliviando su verbosidad napolitana con una serie de gritos y gruñidos dedicados á su caballo.

No hay peligro ni inconveniente en desatinar por cuenta propia. Me jacto de haberlo demostrado. El inconveniente y el peligro están en la admiración cándida de los extranjeros y en remedar, acaso desmañadamente, lo que los extranjeros piensan o dicen.

En esta fuga hacia las tierras nuevas dijo Ojeda , ¿quién podrá conocer jamás la cifra exacta de los que salieron y no llegaron? ¡Cuántas catástrofes ignoradas!... Algunos autores extranjeros afirman que en tres siglos le costó a España treinta millones de hombres la colonización del Nuevo Mundo.

Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y Gabriel oyó sus palabras: A estos señoritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la mano, para que escarmienten y no hablen más de Tolstoi, de Ibsen y de todos esos tíos extranjeros que enseñan a tirar bombas. Gabriel pasó muchos meses aislado en su encierro.

8 Les dirás también: Cualquier varón de la Casa de Israel, o de los extranjeros que peregrinan entre vosotros, que ofreciere holocausto o sacrificio, 9 y no lo trajere a la puerta del tabernáculo del testimonio, para hacerlo al SE

Porque él ha perseguido el nombre europeo, y hostilizado la inmigración de extranjeros, el nuevo Gobierno establecerá grandes asociaciones para introducir población y distribuirla en territorios feraces a orillas de los inmensos ríos, y en veinte años sucederá lo que en Norteamérica ha sucedido en igual tiempo: que se han levantado como por encanto ciudades, provincias y Estados en los desiertos en que poco antes pacían manadas de bisontes salvajes; porque la República Argentina se halla hoy en la situación del Senado romano que, por decreto, mandaba levantar de una vez quinientas ciudades, y las ciudades se levantan a su voz.

Yo estoy bregando con Maxi para que invente, para que salga por ahí con su poco de panacea. Pero nos hemos vuelto todos muy morales y muy rigoristas. Vean por qué esta nación no adelanta, y los extranjeros nos explotan llevándose todo el dinero. Esta última frase llevó la conversación al primitivo terreno, del cual se había desviado un poco con aquello de la panacea.

Una mañana, estando de servicio en el Mercado, don Morales se tropezó con cierto gringo corpulento, forzudo y rojo, al que había conocido años antes en el Paraguay. ¡Don Macperson!... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo le va?... Se abrazaron. El policía lo despreciaba, como á todos los extranjeros, pero al mismo tiempo sentía por él una gran admiración.

Todo palabras y humo en la cabeza. ¡Mientras no pidiesen dinero...! En cambio, tenía un buen auxiliar en Luna, que, compartiendo la autoridad con él, le evitaba sinsabores y la catedral disponía gratuitamente de un intérprete para los extranjeros.

Comió en casa de los de Santa Cruz, y estos lo notaron sombrío, padeciendo chocantes distracciones, y tan indiferente a todo, que ni siquiera tomaba con calor la defensa de sus principios y gustos extranjeros, cuando Barbarita, por combatirle la murria, sacaba a relucir algún tema de entretenida polémica sobre este punto.