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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El fuego se fue extinguiendo lentamente en el hogar. Todos echamos mano a nuestras mantas en silencio, y pronto no se oyó otro ruido que el gotear de la lluvia sobre el techo y la fatigosa respiración de los que uno tras otro se iban durmiendo. Despuntaba casi el día, cuando desperté de un sueño agitado.
Los ferrocarriles, las fábricas, el trato activo con el extranjero y las instituciones liberales y humanitarias que supriman toda violencia legal y todo espectáculo de sangre, harán de Valencia un verdadero paraíso, extinguiendo todo lo que hay en las costumbres de áspero y brutal, y aprovechando todos los dones de una naturaleza admirable, que ha sido tan pródiga con la raza como con el cielo y la tierra.
Según se iba extinguiendo la tarde parecía aumentar el número de hembras engañosamente vestidas, que necesitan la luz incierta del crepúsculo para salir á la caza del hombre y del pan. Robledo se cruzaba con ellas, fingiéndose ciego ante sus violentas ojeadas y sordo á las palabras susurrantes en honor de su apostara de buen mozo. «¡Pobres mujeres!
Mi opinión es que, como gracias a los progresos de la igualdad y fraternidad los chocantes aires aristocráticos se van extinguiendo, en breve no se hallarán en España, sino en las gentes del pueblo. ¡Creer que ese hombre es un torero! dijo el artista con tal sonrisa de desdén que el otro se levantó picado, y exclamó: Pronto sabré quién es: venid conmigo, y exploraremos a su criado.
Cuando salvamos la barra y aparecieron las risueñas riberas de Paulliac, con sus castillos bañados por el último rayo de sol, sus viñedos trepando alegres colinas... la hermana de caridad llevaba sus dos manos al pecho, oprimía la cruz y levantando los ojos al cielo, rendía la vida en una suprema y muda oración... Cuando la noticia, que corrió a bordo apagando todos los ruidos y extinguiendo todas las alegrías, llegó a mis oídos, sentí el corazón oprimido, y mis ojos cayeron sobre estas palabras de un libro de Dickens, que, por una coincidencia admirable, acababa de leer en ese mismo instante: «No es sobre el suelo donde concluye la justicia del cielo.
Sin embargo, no es nada agradable verse acosado por la sospecha de que nuestra inteligencia se va extinguiendo; ó que se va desvaneciendo, sin darnos cuenta de ello, como el éter en una redoma, que hallamos más y más reducido á cada mirada que le dirigimos.
Este, centinela en un sillón frente al hogar, reanimaba el fuego cuando se iba extinguiendo, y D. Benigno hacía revivir la conversación moribunda cuando Salvador la dejaba apagar con sus monosílabos o con su silencio.
Palabra del Dia
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