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Actualizado: 9 de mayo de 2025


En el comedor, don Pablo Aquiles ocupaba todavía el sillón y misia Casilda había vuelto a sentarse en el sofá, sus manos de cera extendidas sobre la falda negra; se esperaba al niño, a Quilito, que había subido a su cuarto y nunca acababa de bajar a comer. La cocinera asomó dos o tres veces su cara encendida. Espere usted que el niño baje decía la señora con su voz de flauta.

Merece observarse que las absurdas creencias en encantamientos, que tan extendidas estuvieron en Alemania, Inglaterra y Francia hasta hace poco, no se admitieron generalmente en España, mirada de ordinario como patria de toda superstición.

El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama.

El viejo roncaba echado en su silla, con las piernas extendidas, la cabeza hacia atrás y el sombrero calado hasta las cejas. A su lado, sobre una estrecha cama de madera, yacía Juanito envuelto estrechamente como una momia en la manta, que le tapaba todo, excepto una parte de la frente y una manecita cárdena y estirada que pugnaba inútilmente por entrar.

Oye también y testigo, ¡oh Agni, del solemne juramento de amor y de fidelidad, que van a pronunciar ambos esposos! Morsamor y Urbási, en efecto, extendidas las manos sobre el ara y cerca del fuego prestaron el juramento debido. Así terminó el acto religioso.

Alrededor de su boca, que no era más que una hendidura, y encima de sus quijadas, que no eran otra cosa que un armazón, crecía un vello tenaz, los fuertes retoños blancos de su barba que, afeitada semanalmente en cuarenta años, despuntaban rígidos y brillantes como alambres de plata. Hacían más singular el aspecto de esta cara dos enormes orejas extendidas, colgantes y transparentes.

Entonces atacada de súbita energía abrió de par en par la puerta y volvió a decir reciamente: ¡Germán! Reynoso dio un salto en su taburete y quedó en pie frente a ella. Una intensa palidez cubrió su rostro; pero inmediatamente brilló en él la cordial, la amable sonrisa de siempre y dio algunos pasos hacia ella con las manos extendidas. ¡Bien venida seas, Elena, bien venida, bien venida!

Las pendientes de césped extendidas al pie de los árboles están bastante libres de malezas para que la mirada pueda alcanzar numerosas perspectivas por debajo de las ramas.

Visita reía a carcajadas adivinando, sin verlo, el rostro asustado de su marido. Avanzó lentamente llevando extendidas las manos y acercándose le tomó la cabeza y le besó repetidas veces. ¡Pero, hija mía, si no son más que las ocho! dijo él, que como hombre de vida metódica y escrupulosamente regularizada aún no volvía de su asombro . ¿Cómo estás ya peinada y vestida?

Feli y su amante deseaban adquirir la cama antes que los otros muebles, y se detenían indecisos al ver en los puestos y en las puertas de las tiendas camas de todas clases, de hierro y de madera, unas plegadas, otras extendidas, con su colchón de muelles. La muchacha deteníase, asombrada por esta abundancia, indecisa, desorientada, gustándole varias a un tiempo y sin decidirse por ninguna.

Palabra del Dia

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