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Actualizado: 10 de junio de 2025


Entonces, continuando su trabajo de jardinero, decía mentalmente una corta plegaria por la salvación de aquellos de sus muertos que más lo inquietaban, y que podían estar detenidos en el purgatorio. Poseía una fe cándida y tranquila. Pero entre aquellas tumbas existía una que con más frecuencia que las otras recibía sus visitas y sus oraciones.

Por estas razones y otras que omito, Antero Ramírez era lo que pudiera llamarse un grande hombre regional. Sin embargo, D. Félix no le reconocía de buen grado sus cualidades sobresalientes. Entre tío y sobrino existía una disimulada antipatía, que á veces no se disimulaba.

Por el contrario, respecto al ministro existía el férreo lazo del crimen mutuo, que ni él ni ella podían romper, y que, como todos los otros lazos, traía aparejadas consigo obligaciones ineludibles. Ester no ocupaba ya precisamente la misma posición que en los primeros tiempos de su ignominia. Los años se habían ido sucediendo, y Perla contaba ya siete de edad.

El Cid alanceaba toros, conforme; los caballeros moros y cristianos se entretenían en los cosos; pero ni existía el torero de profesión, ni a los animales se les daba una muerte noble y conforme a reglas. El doctor evocaba el pasado de la fiesta nacional durante siglos.

Existía todavía otro medio para conseguir el silencio de Dunstan y aplazar el mal día: Godfrey podía decirle a su padre que él mismo había gastado el dinero que le había entregado Fowler. Como nunca había cometido semejante falta, el asunto se disiparía después de un poco de tormenta. Pero era incapaz de resolverse a eso.

En todos los actos de la vida, en todas las disposiciones de la mente, había querido ser digno de ella, y esa obra de preservación le había sido fácil hasta aquel día. Si la duda lo había mordido alguna vez, el espectáculo de la maldad se le había aparecido con demasiada crudeza, sólo con pensar que aquella criatura de amor existía, sentía retemplarse su fe. ¡Y había muerto! ¡Muerto!

Pasó, de golpe, de la cólera a una amabilidad sonriente, como si experimentase dulce sorpresa con la visita. Era un amigo de Bilbao, un aficionado entusiasta, partidario de su gloria. Esto era todo lo que podía recordar. ¿Pero el nombre? ¡Conocía a tantos! ¿Cómo se llamaba?... Lo único que sabía ciertamente era que debía tutearle, pues entre los dos existía una antigua amistad.

Le parecían más hermosos estos jardines de disfrute común que los de su propiedad, que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado solo en torno de su «villa», por las avenidas magníficas y solitarias, cuando existía en el mundo la voluptuosidad de sentarse en un banco público al lado de una mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo por su talle, lo mismo que aquellos pobres soldados y marinos?...

Y Cristina daba á entender en su gesto la diferencia inabordable que aún existía para ella, entre la aristocracia antigua, defensora de la tradición, y aquella otra recién formada é hija de la fortuna, á la cual se había dignado descender.

Reyna? ¿No hubiera bastado al Gobierno filipino haber dado la orden de atacar, para que nuestros ocho mil hombres hubieran entrado en lucha inmediata con las fuerzas de los Estados Unidos? ¿Se había de conspirar cuando se tenía el poder en las manos? ¿Y sobre todo, un telegrafista se había de meter en cosas de guerra, cuando existía un ejército que tenía aquel deber?

Palabra del Dia

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