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Actualizado: 2 de junio de 2025


Eso mismo venía yo a saber dijo doña Bárbara apareciendo en la puerta . Almorzarás lo que quieras; pero pongo en tu conocimiento, para tu gobierno, que he traído unas calandrias riquísimas. Divinidades, como dice Estupiñá. Tráiganme lo que quieran, que tengo más hambre que un maestro de escuela.

«Quedamos en una cosa dijo levantándose ; mañana vendrá el Padre Nones para usted, y para este ternerito un ama asturiana que, según dice Estupiñá...». Ama, no... ¿para qué? Si puedo... ¿No ha visto lo satisfecho que está el rey de la casa? ¿No es verdad, rico, que para nada te hacen falta amas? Su mamá, su mamá le da al niño todo lo que quiere.

Si me desabrigo, toso; si me abrigo, echo el quilo... Mamá, Jacinta, distraedme; tráiganme a Estupiñá para reírme un rato con él. Jacinta, al quedarse otra vez sola con su marido, volvió a sus pensamientos. Le miró por detrás de la butaca en que sentado estaba. «¡Ah, cómo me has engañado!...». Porque empezaba a creer que el loco, con serlo tan rematado, había dicho verdades.

Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios.

Toda esta algazara llegaba a la alcoba de Juan, que se entretenía oyendo contar a su mujer y a su criado lo que pasaba, y singularmente el milagro del premio de Estupiñá. Lo que se rió con esto no hay para qué decirlo.

A Jacinta y a Juan no les había hablado nunca; pero a D. Baldomero y algo a Barbarita. Trataba al gordo Arnaiz, y a otros muy allegados a la familia, como el marqués de Casa-Muñoz y Villalonga; y el mismo Plácido Estupiñá no era un desconocido para él.

Hay muchos que pertenecen todavía a la escuela de Estupiñá, que reñía a los que iban a comprar. Yo creo dijo doña Lupe con expresión avariciosa , que Pepe Samaniego va a hacer un gran negocio. Madrid está por explotar. Todo consiste en tener pesquis. ¡Oh!, pues en el ramo de Farmacia, Dios mío, hay una verdadera mina.

Iré a tomar ejemplo. ¿A que no va? ¿A que ? Pues allí me tendrá, haciéndole la competencia a Estupiñá... Verá usted, verá usted... cada día más. ¡Cada día! ¿Pero no se va usted mañana? Es verdad, no me acordaba... Bueno, pues no me iré. Eso no; le conviene a usted marcharse, y allí seguirá haciendo su noviciado. Allá no vale. ¿Cómo que no vale?

Examinemos el artículo, y después se discutirá... calma, hombre, calma». Y allí era el mirar huevo por huevo al trasluz, el sopesarlos y el hacer mil comentarios sobre su probable antigüedad. Como alguno de aquellos tíos le engañase, ya podía encomendarse a Dios, porque llegaba Estupiñá como una fiera amenazándole con el teniente alcalde, con la inspección municipal y hasta con la horca.

Había salido por la mañana a comprar nacimientos, velitas de color y otras chucherías para los niños de Candelaria. «Pues entonces replicó Juanito revolviéndose entre las sábanas , yo quiero que me digan para qué sirven mamá y Estupiñá, que se pasan la vida mareando a los tenderos y se saben de memoria los puestos de Santa Cruz... A ver, que me expliquen esto...».

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