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Actualizado: 25 de junio de 2025


Se estudiaba en ellos lo mismo la administración pública que el comercio desde un punto de vista fisiológico, con los modernos métodos de la ciencia positiva, explicándose admirablemente los reglamentos y los aranceles por la acción combinada de las fuerzas naturales, como un simple fenómeno de la vida orgánica, sin necesidad de acudir para nada a la voluntad de los directores y jefes de sección.

Además, él reconocía su gran defecto, el mal de su generación, en la que un estudio desordenado y un exceso de razonamiento había roto el principal resorte de la vida: la falta de voluntad. Era impotente para la acción. Estudiaba ávidamente y no sabía sacar consecuencia alguna de sus estudios.

Su hermano mayor, Alejandro Miquis, que estudiaba Leyes, había muerto algún tiempo antes, de una enfermedad terrible. Augusto despuntaba, desde muy niño, por la Medicina, y jamás vaciló en la elección de carrera. Su padre le enviaba treinta y cinco duros al mes, y él sabía arreglarse. ¡Había tenido diez y siete patronas!

Se recostó descuidadamente en uno de los brazos del canapé y, por encima de su abanico que agitaba lentamente, se quedó contemplando a Delaberge con la sonrisa en los labios. Este, ya receloso y colocado en actitud defensiva, estudiaba detenidamente el rostro de su vecina. Pronto sintióse tranquilizado por completo.

Calvat, para cerciorarse, se impuso la costumbre de hacer centinela ante la verja de la quinta a la hora que llegaba el cartero. Conociéndolo este hombre por cuñado del pintor le entregaba las cartas dirigidas a la casa, y Calvat estudiaba cuidadosamente los sobrescritos.

Desde que estaba en él, le espiaba, le estudiaba y le seguía recatadamente los pasos. Prevalido además de su posición de alcalde, interceptó la carta que acabamos de poner aquí, la abrió y la leyó. El maestro se desconsoló con aquella lectura e imaginó que al chico le faltaban por lo menos dos o tres tornillos en la cabeza.

Lo único que se notó en su casa fué que andaba un poco más triste y distraído. Se dedicó durante algunos días a observar a su esposa, no perderla de vista un instante; pero nada encontró que pudiera dar pábulo a sus sospechas. Al mismo tiempo, estudiaba si el Duque podía avistarse con ella y de qué manera.

Sentía pesar sobre su alma la ojeada escrutadora de Primitivo que avizoraba sus menores actos, y estudiaba su rostro, sin duda para averiguar el lado vulnerable de aquel presbítero, sobrio, desinteresado, que apartaba los ojos de las jornaleras garridas. Tal vez la filosofía de Primitivo era que no hay hombre sin vicio, y no había de ser Julián la excepción.

Judit era la inocencia personificada, aunque entonces había cumplido ya catorce años; habíase criado en una casa honrada, cuyos inquilinos eran todos casados; su tía, que era de un rigorismo exagerado, no la perdía de vista casi nunca; la llevaba al teatro por la mañana, la acompañaba al salir por la noche, y hasta tenía la paciencia de permanecer en el saloncillo del baile, haciendo calceta, mientras su sobrina estudiaba y aprendía los bailables.

Josefina, al tocar, se cimbreaba levemente, cual si bailase, y Baltasar estudiaba con curiosidad aquellos tempranos coqueteos, inconscientes casi, todavía candorosos, mientras tarareaba a media voz la letra: Cuando en la noche la blanca luna... Diríase que fuera había aplacado la ventolina, pues los goznes de las ventanas ya no gemían, ni temblaban los vidrios.

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