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Actualizado: 21 de junio de 2025
Hay en la mujer que se ama no sé qué divinidad, cuyo secreto parece que uno solo posee, que sólo á uno pertenece y cuyo velo no puede ser tocado por una mano extraña, sin hacernos sentir un horror que no se parece á otro alguno: el estremecimiento de un sacrilegio. ¡No es solamente un bien precioso que se nos arrebata; es un altar que se profana en nosotros, un misterio que se viola, un Dios que se ultraja! ¡Ved ahí los celos, al menos los míos!
Un tenor, cuyo nombre por sí solo era un prestigio, llegó cerca del proscenio, a dos pasos de nosotros. Se mantuvo un momento en la actitud recogida, un poco torpe del ruiseñor que va a cantar. Era feo, gordo, estaba mal vestido, sin atractivo, otra semejanza con el virtuoso alado. Desde las primeras notas hubo en la sala un ligero estremecimiento, como en un bosque en donde las hojas palpitan.
El capataz se alzó del suelo con el rostro contraído y sin responder á nadie, seguido de sus hombres, se lanzó por la pendiente abajo en busca de la boca de la galería que se hallaba próxima al pueblo de Carrio. Un estremecimiento de terror corrió por aquella muchedumbre. Todos adivinaron algo terrible y los siguieron. Sólo la tía Felicia, Flora y algunas mujeres permanecieron en el prado.
Sin embargo no pudo evitar al saber la desaparición de sus enemigos que corriese por su cuerpo un estremecimiento placentero. ¿De qué han muerto? preguntó con el rostro inflamado y acercándolo hasta casi besar a la mesa. Hinchazón respondió la aguja. Se le hinchó algo, ¿verdad? insistió Barragán cada vez más dulce y más insinuante con Fernández . ¿Sería el vientre quizá?
El anciano Materne se subió en un tronco y luego descendió, diciendo gravemente: Son ellos. Se produjo una gran agitación. Los grupos lejanos se acercaron, y los demás se aproximaron también. Una especie de estremecimiento de impaciencia dominaba a la multitud.
Y Juan se precipita para caer en sus brazos. Los torpes miembros del otro se detienen en su movimiento, se arquean las espesas cejas y una sonrisa tranquila y bondadosa aparece en sus labios; nuestro hombre siente que recorre su cuerpo un estremecimiento, y da un paso atrás, tambaleándose, para lanzarse luego al encuentro del niño querido a quien, al fin, vuelve a ver.
Su madre las conservaba como reliquias en el fondo del armario; se las había enseñado un día, diciéndole: «son los vestidos de tu hermanito muerto.» Desde el día que ella había abandonado el mundo, los vestidos habían desaparecido. Por lo demás, él no había vuelto a pensar en ellos. Un frío estremecimiento le recorre todo el cuerpo. Ven dice a Gertrudis, que no ha cesado de llorar.
El efecto moral de esta pérdida fué muy notable entre nosotros. Advirtióse claramente en todo el ejército como un estremecimiento de inquietud que, partiendo de aquel gran corazón compuesto de diez y ocho mil corazones, se transmitía al tembloroso fusil, asido por la indecisa mano.
¡Tú!... ¡tú! balbuceó él, echándose atrás. Le temblaron las piernas con el estremecimiento de la sorpresa; una ola de frío corrió por su espalda. ¡Ulises! suspiró la mujer, intentando abarcarlo de nuevo con sus brazos. ¡Tú!... ¡tú! volvió á repetir el marino con voz sorda. Era Freya. No supo ciertamente qué fuerza misteriosa le dictó su gesto.
Creía aún sentir el estremecimiento que le producía el suave tintineo de las llaves, abandonadas con la confianza de una autoridad sin límites en la cerraja de un mueble antiguo donde guardaba Doña Bernarda sus ahorros. Así ocultó con mano trémula en sus bolsillos todos los billetes guardados en los pequeños cajones. Temblaba de emoción al consumar el acto audaz.
Palabra del Dia
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