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Los religiosos, aturdidos por la argumentación atropellada del Nacional y las risas de los otros toreros, acababan por apelar a un recurso extremo. ¿Y hombres que exponían su existencia frecuentemente no pensaban en Dios y creían tales cosas? ¡Cómo estarían rezando a aquellas horas sus esposas y madres!...

El que salió chiquillo volvía hecho un mancebo; venía crecido y guapo; negro bozo le sombreaba los labios; no había malogrado tantos afanes, y en él cifraban las buenas señoras toda su dicha. Ya estarían disponiéndose para ir a recibirle; ya le tendrían lista la alcoba y la merienda. ¡Ah! , todo quedaría dispuesto y bien arreglado.

Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; ¿pero realmente estaba inmóvil?... La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atención. ¿No era un engaño de sus ojos? ¿Sería él quien vivía en el error, y aquellos millones de seres que lanzaban gritos de júbilo en su prisión rodante estarían en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance con cada vuelta?...

Con mas irregularidad y espasmos, reclama desde luego la ignacia, y si la gravedad fuese mayor, el eleboro blanco, la coca de Levante, el arsénico, medicamentos que estarian mas indicados, el arsénico solo con principalidad, si el despecho y la cólera no fuesen las causas de la fiebre.

Nada más léjos de mi ánimo. Acercáranse más á la perfeccion y estarian, tales como son ellas y la índole del talento poético de su autor, más léjos de la belleza artística.

En fin, doña Inés se dio a pensar y a repensar en lo muy preciosos que estarían sus niños con los trajes que Juanita les hiciese; venció la repugnancia que sentía contra ella, la llamó a su casa y le encomendó trajes para todos, según la edad y el sexo de cada uno.

La gentuza se acobardó ante los cadalsos erigidos en la plaza de la Cárcel. Pero esto no era bastante. Convenía una sangría suelta para quitar fuerzas a la bestia rebelde. De mandar él, ya estarían en presidio los mangoneadores de todas las sociedades obreras del campo que traían revuelta a la ciudad.

Si estaba desasosegado y nervioso y de mal humor, era porque la otra lo habría plantado; ¡muy bien hecho! que si todas las damiselas hicieran lo mismo con los vejestorios enamorados, mandarlos a su casa después de pegarles cuatro palmadas, las esposas honestas no estarían en esta agitación y no pasarían la pena negra.

Pero este silencio no era absoluto. Alguien se movía á espaldas del coronel, dando con el pie en el suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj. Más de las tres; ya estarían empezando las buenas series en el Casino. Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil y rígida de su príncipe con la pistola en alto. Nunca lo había visto tan feo.

Si hubiese continuado este comercio, no hay la menor duda que los habitantes de Apolo estarian ya bastante avanzados en el camino de una civilizacion, contra la que luchan incesantemente aquellos que se han constituido en directores de estos indígenas, bajo el necio pretesto de que la relacion comercial con los estrangeros corrompe sus costumbres.