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Actualizado: 21 de septiembre de 2025
Cierto dice la de Esquilón; pero era distinto que ahora; entonces estaban María Rosa y Teresa, que son muy discretas y muy distinguidas, y sabían muy bien sustituir la falta de presidenta en las fiestas sociales. Ellas daban tono al gobierno con su ingenio y con su conversación espiritual. Don Victorino podía estar tranquilo: había presidentas.
En cambio, ¡la mirada autoritaria y cruel!... ¡la voz, que parecía un esquilón fúnebre al formular sus pavorosas recomendaciones!... El implacable director iba a poner las armas en sus manos dentro de breves momentos, pero antes dictó a uno y a otro los detalles del combate, para que no surgiesen errores.
Los hombres, algunas veces, debían de hacer caso de las mujeres afirma con aire sentencioso la de Esquilón. Siempre sostiene con firmeza Petrona. Pero lo cierto agrega es que falta la presidenta.
Amable, atento, obsequioso; y ya que mate, como los otros, lo hace siempre con cortesía. Varias señoras nos hemos empeñado en convertirle en el médico de moda. A mí me lo han recomendado mucho las de Zubizarrendo, las de Martínez Torrebaja, las de Pérez Campanilla y, sobre todo, la viuda de Esquilón, que ya sabes el empeño que pone en todas las cosas.
Sor Antonia entraba, imponía silencio y les daba prisa. Oíase el esquilón de la capilla. El sacristán se había asomado varias veces por la reja de la sacristía que da al vestíbulo diciendo sucesivamente: «Todavía no ha venido don León...» «ya está ahí D. León...» «ya se está vistiendo». Oíanse en la parte alta los pasos de toda la comunidad que iba hacia el templo a oír la primera misa.
Yo creo que entre todas lograremos imponerle y que acabará por ser el médico de cabecera de todas las familias conocidas. La de Esquilón, especialmente, es para Pulido un anuncio mejor que cualquier almanaque. A mí me ha asistido admirablemente; y aunque me haya curado sola, le estoy muy agradecida.
Como yo he dejado ya el luto las cosas ¡ay! no tienen remedio es la fiesta que más me hubiera gustado. ¡Qué diferencia con Sáenz Peña! ¡Ah, Roque...! exclama Petrona. ¡Tan culto, tan ilustrado, tan espiritual, tan rumboso! dice la de Esquilón. Dió a la presidencia cierta majestad amable, un tono que nunca tuvo, una distinción suprema, entre aristocracia de corte y aristocracia de estancia.
La viuda de Esquilón, en su política de altura, no hace caso de estas angustias y sigue evocando sus' gratos recuerdos de la infanta: «Me decía doña Isabel que, una vez casado el rey, forma éste su círculo palaciego, mientras la reina forma otro. La reina madre, cuando existe, también organiza el suyo. La madre de la reina, que no es la reina madre, forma otro.
Joven, linda y rica, la vida, páramo a raíz de la muerte del pobre Esquilón, perdió, poco a poco, su aspecto desolado, recobrando sus muchos encantos y seducciones. Hoy Margarita se ha devuelto al mundo, con evidente deseo de vivir, y hasta ofrece un continente risueño, cierta alegría discreta, disciplinada por la viudez, que aumenta la gracia de su rostro hechicero.
El doctor Esquilón, inmortalizado en el óleo, adquiere en su mirada una ternura indescifrable. La viuda sigue llorando y arreglándose los lazos de un traje color crema que se ha puesto para que yo vea cómo le queda. Ya no tiene remedio, hijita la digo para consolarla y ahuyentar la triste visión. Era muy bueno, Marianela, muy bueno. ¡Qué energía, qué brío! ¡Yo creo que hubiera ido lejos!...
Palabra del Dia
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